miércoles, 27 de diciembre de 2006

La Florida Calle de Olsenn

Lo vi doblar en la esquina de Corrientes y Florida camino a Plaza San Martín, venìa siguiéndole el paso hacìa un rato. Se veìa muy tranquilo y relajado. Se detuvo en varias librerìas, caminando sin ningún apuro. Era un andar cansino. Vestìa un ambo gris jaspeado, una camisa salmón, corbata a cuadros rojos y negros y unos zapatos combinados en marròn y blanco. A la distancia daba la impresión de que iba a caerse en cualquier momento. Presentaba una dificultad cautivante al caminar o acaso iba practicando un paso de murga.
A esa altura me habìa acostumbrado a los intentos de los buenos samaritanos, que trataban de atajarlo cuando lo cruzaban en el camino. Pero aparentemente el, no queria darse por enterado.
En ese momento un muchacho, de unos veinte años, reacciono ante su desparejo vaivèn tratando de asirlo de los brazos. En respuesta recibio algunos insultos mientras una mano enérgica lo empujaba hacièndolo trastabillar.
No habìa pasado mucho tiempo de mi primer encuentro con Nelson Olsenn. En aquella oportunidad, no habìa notado el ritmo rimbombante en su caminar y esto me preocupaba. Me consideraba una persona muy observadora. Intente recordar aquel dìa, en la conferencia, pero no podìa encontrar ninguna anomalía en su andar. Comencé a dudar si en realidad estaba siguiendo a la persona correcta, mientras buscaba rememorar con exactitud los rasgos de su cara.
Efectivamente se trataba de la misma persona, no cabìan dudas al respecto, no era posible que hubiera dos hombres iguales en la misma latitud del planeta, pero aun menos probable era que tuvieran las mismas señas particulares y esa estètica tan propia.
Cuando sali de mi abstracciòn ya no pude verlo, habia estado caminando a no mas de siete o diez metros de èl. Pero èl ya no estaba, se lo habìa tragado el asfalto. Desaparecio por completo sin dejar rastro.
Mientras buscaba desesperadamente, mirando hacia cada punto cardinal sin ningún tipo de coordinación, pude distinguir una voz grave y enérgica que sin llegar al grito, se oìa por sobre el enloquecido trànsito de automóviles y peatones. Apurè el paso, acercandome al sitio donde la potente voz reverberaba. Mientras me iba acercando, reconocì el inconfundible timbre de Olsenn. Al parecer se habìa parapetado a la entrada de una amplia galeria buscando amplificar su voz.
A medida que el sonido se hacìa màs audible, comencé a encontrar gente agolpada, una pequeña congregación. En medio de ellos tropecé con unas hermosas rosas, era un puesto de flores que habìa quedado dentro del tumulto y me impedìa ver al locuaz personaje.
Después de dar algunos empujones, logrè avistar la escena. En el centro del semicirculo, bordeado por la pequeña muchedumbre, se econtraba Olsenn. Estaba erguido, con un aplomo fuera de lo comùn. Diò un giro sobre su talòn y en un gesto de excelsa gracilidad, inclinò su torso hasta dejar una de sus manos sobre el suelo. Curiosamente ya no se movía con dificultad, en su lugar estaba realizando algo que era completamente imposible para un hombre de su edad y ascendencia. Nelson Olsenn se encontraba apoyado sobre una de sus manos, mientras, con la otra sujetaba un palillo con el que hacìa girar un plato. En cada pierna, sostenìa una pelota de tenis que hacìa viajar de un pie al otro, al tiempo que la otra, realizaba un viaje semieliptico en el aire hasta caer en la suela siguiente. Todo esto ocurria simultaneamente, pero eso no era todo, sin acusar fatiga alguna en la voz y con fuerza y claridad, recitaba en sucesiòn y con las pausas necesarias “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”.
A un costado del escenario improvisado, un cartón de unos setenta centímetros de altura, escrito a mano, rezaba “Su colaboración no daña el espíritu, al menos con seguridad no el mìo”.
Mucho tiempo despuès, supe que Nelson Olsenn estaba profundamente enamorado de la florista de aquella esquina.
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