viernes, 11 de abril de 2008

Llueve dos por cuatro

A las farsas y contra-farsas estaba yo bastante acostumbrado. La experiencia me había enseñado muchas cosas hasta el momento, sin embargo ante la presencia de Olsenn me encontraba sin ningún tipo de herramienta o reacción posible.
Sus actos escapaban a todo lo que podía esperar de una persona y ese era tal vez el motivo principal de mi interés.
En lo que llevaba de vida, había atravesado por diferentes experiencias y búsquedas. Principalmente me intrigaban las disciplinas esotéricas a las que había investigado desde que tuve uso de razón. Su investigación me llevó a conocer personalidades tan diversas como gurúes, iluminados y maestros de lo espiritual, lo sobrenatural, lo oculto y lo que no se puede ocultar. A corto o largo plazo resultaba que siempre dos mas dos iban siendo cuatro y las caretas comenzaban a caerse. El paso del tiempo daba irremediablemente el verdadero cariz a las intenciones y todas, sin exceptos, devenían en decepciones. Los primeros engaños fueron muy difíciles de sobrellevar, pero pasado un tiempo, aunque siguieran concurriendo los desencuentros, - el arte de la estafa se desenvolvía muy bien en estas disciplinas - el estado de las cosas nunca llegaba a ser demoledor.
Olsenn en cambio, se movía de un modo muy diferente. Para empezar no había sido yo quién lo había buscado, sin duda su aparición en el contexto en que sucedió fue algo completamente inesperado. En segundo lugar, en ningún momento reparó en mí, ni intentó cruzar una palabra de modo de forzar una interacción que deviniera luego en relación. Su hallazgo atrapó mi atención de un modo que no tenía precedentes sin siquiera proponérselo.
Por último, Olsenn no sabía de mi existencia y en ningún momento se hizo necesario sospechar que su interés se sustentara en aspectos financieros.
De todo punto de vista el Catedrático resultaba una aparición, un hallazgo, el conglomerado de todo lo que había desistido encontrar.
A todas estas revelaciones se sumaba un hecho que aunque poco novedoso en este caso se convertía en tranquilizador.
A través de Olsenn había conocido algunas personas, personas que podían dormir sobre una pira encendida si de él se trataba, claramente esta situación no era una novedad y mi experiencia lo avalaba, sin embargo en una primera instancia sirvió para acompañar mi comodidad, ante su imagen me encontraba tan tranquilo como provinciano en horas de siesta.
A pesar de todo, esta plácida confianza no duró. Llegó un momento en el que comencé a sospechar un complot hacia mi persona.
Nunca me caractericé por ser un hombre confiado, en tal caso mi confianza ya había durado bastante y la suma de todas las comodidades comenzó a crepitar en la superficie. Pensé entonces que todos ellos, comandados por Olsenn, representaban un papel estratégicamente diseñado para hacerme cobrar confianza.
Resultaba que todas las personas que rodeaban a Olsenn, aunque circunstanciales, le tenían una adoración solo comparable a la de un líder religioso.
Como dije, en un principio esto había cimentado en mí una confianza abrumadora, pero a medida que pasaba el tiempo las cosas comenzaron a resultar extrañas y se sustentaban en una singular situación. En cada uno de los casos, cuando logré acercarme a estas personas, recibí un trato extremadamente cordial, casi como si tuviéramos algo en común. Esta familiaridad tan pronunciada había logrado, al menos, despertar mi sospecha, - de un momento a otro sentí que de cazador me convertía en víctima - incluso me conocía bastante torpe en los ardides de la simulación, pero sin excepción todo el mundo parecía tragarse mi mal actuado personaje sin mostrar la mínima sospecha del desprolijo engaño.
Tal vez estaba siendo demasiado duro conmigo mismo, tal vez mis cualidades histriónicas superaban ampliamente la opinión que tenía de ellas, tal vez las personas que rodeaban a Olsenn eran familiares con cualquiera que se les cruzara. La realidad es que a partir de ese momento una pequeña incertidumbre se alojó en mí. Pero después de todo, ¿no estaba yo jugando el mismo papel?.
Ese sábado grandes chubascos cubrían el cielo, oscuras y amenazantes, las nubes sobrevolaban la ciudad.
La noche anterior había llegado límpida y fresca y salí con lo puesto en persecución, solo llevaba conmigo una mochila con mis notas y algunos bolígrafos, pero mientras despuntaba el alba recordé el lugar exacto dónde había quedado mi paraguas y me maldije por jugarle apuestas al servicio meteorológico. De madrugada el agua comenzó a caer como si una gran cuba que contuviera el caudal oceánico se derramara del cielo bendiciendo a la tierra.
Por alguna extraña razón, esa noche, tuve el presentimiento que encontraría a Olsenn y sin pensar demasiado en la veracidad del pálpito salí.
Fui directo a su casa de departamentos y no hice más que pisar la esquina de su cuadra y lo vi. salir con paso decidido. Si no hubiera estado buscándolo juro que no lo reconocía.
Llevaba puesto un traje hecho a medida de una tonalidad gris azulada, zapatos negros y una camisa en rosa salmón y sin corbata. Además del excelente gusto que lucía el atuendo, el catedrático parecía estar mas delgado, incluso se veía mas joven, como si apenas llegara a los cincuenta.
Sin perder el paso y usando un paraguas largo como bastón, se encaminó graciosamente hasta la esquina opuesta en la que yo estaba parado. Apuré el paso para quedar a una distancia que me permitiera seguirlo sin despertar sospechas. Anduvo algunas cuadras y paró un taxi, tuve suerte y conseguí uno justo detrás del que él tomó.
El camino fue corto, las calles que separaban su casa del destino no fueron más de treinta y pico. Bajó del auto y sin demasiadas atenciones al chofer cerró la puerta y se puso a andar.
Comencé a sospechar por su atuendo que se dirigía hacia un lugar en el que yo iba a desentonar, mi vestimenta estaba lejos de ser presentable y no tenía forma de cambiar esa realidad.
Su paso seguía siendo firme y juguetón, pero ahora llevaba su paraguas debajo del brazo, la mano se encontraba dentro del bolsillo del pantalón mientras la otra sostenía la empuñadura del utencillo impermeable.
La noche era fresca y primaveral, corría una suave brisa que refrescaba sin incomodar y el cielo estaba estampado de estrellas, Olsenn con su paraguas, a pesar de su elegancia, estaba fuera de lugar y sin embargo no se destacaba en el paisaje.
Se detuvo al llegar a la entrada de lo que parecía ser una milonga, cuando lo vi detenerse crucé y me quedé detrás de un árbol mirando la escena.
Los acordes en dos por cuatro se escapaban de aquel lugar como queriendo abarcar mas, como sabiéndose guapos para cruzar fronteras. No me imaginaba a Nelson bailando tangos o milongas, pero esa noche había comenzado extraña y su condición no parecía cambiar por más tiempo que pasara.
Encontrarlo tan fácilmente, que subiera a un taxi solo para recorrer unas pocas cuadras y ahora verlo parapetado en la puerta de “El esquinazo” - así rezaba el cartel que invitaba a entrar - no eran pocas señales.
Para mi tranquilidad Olsenn no traspuso la puerta de entrada, se quedó ahí parado como esperando a alguien. Pensé que la suerte estaba conmigo, finalmente conocería a alguien de su entorno directo.
Encontrarse con alguien de ese modo suponía una cita previa y esto a su vez cierta confianza entre las partes, aunque también existía la posibilidad de una cita previa a un primer encuentro.
A pesar de la hora, la cuadra estaba iluminada, esa noche la luna encandilaba, su brillo dejaba ver con claridad todo lo largo de la vereda.
Por la esquina opuesta a la que Olsenn y yo habíamos llegado vi acercarse con porte elegante y decidido a una joven mujer, a esa distancia no me era posible calcular su edad, pero a juzgar por su silueta y energía no parecía superar los treinta años. Al parecer Olsenn también la había visto, su postura cambió inmediatamente y su cabeza se quedó mirando en la dirección en que se aproximaba la dama. Ella en cambio, no delató en su andar síntoma alguno de haber visto alguien conocido o al menos esperado.
El catedrático quedó estático y en apariencia extático ante la fémina figura que se acercaba, no movió un solo músculo, parecía una efigie, no respiraba.
La mujer seguía avanzando despreocupadamente, era evidente que no había reparado en la presencia del solitario hombre, la distancia entre ambos se acortaba.
Cuando entre ambos mediaron unos quince o veinte metros, Olsenn tomó su paraguas y asiéndolo a modo de partenaire comenzó a danzar en plena vereda al ritmo de los apagados acordes de taquito militar que escapaban del edificio.
La sorpresa en la expresión agitada de la dama se hizo evidente, pero a continuación en su rostro se dibujó una sonrisa mientras su paso no cesaba en dirección el callejero bailarín.
El silencio, condición natural de las horas sin sol, no era la excepción aquella noche. Solo se oía la música asfixiada y el taconear parejo que hacía ondular la roja cabellera. Olsenn lentamente fue deteniendo sus pasos y con voz suave y gentil se dirigió al paraguas con estas palabras:

- Me va a tener que disculpar pero tengo esta pieza prometida.

Los acordes de una nueva melodía comenzaban a sonar.

Al tiempo que decía esto, dejó su paraguas colgado en el farol que iluminaba la entrada al salón y en un solo movimiento quedó enfrentado a la dama que ahora se ubicaba a solo tres pasos de distancia.

- ¿Madame, me permite esta pieza?

El rostro de la mujer, por un momento, fue solo perplejidad, pero al instante siguiente su risa brotó espontáneamente.

Simplemente dejó que él la tomara de la cintura y con su mano cubriera la suya. Su otra mano descansó en el hombro de Olsenn y comenzaron a bailar.

Mientras observaba la escena sencillamente no podía creer lo que ocurría en la vereda de enfrente, ella era joven y hermosa.

La música siguió sonando y esa primera pieza se convirtió en muchas mas, una tras otra las melodías se fueron sucediendo, las risas se multiplicaron y la intimidad entre ambos fue haciéndose cada vez mas pronunciada.
Ella se veía entregada y sus labios se encontraron. En el beso se detuvo el movimiento y los cuerpos se serenaron entregados por completo a esa única y placentera condición.
Cuando finalmente sus labios se separaron, Olsenn sin soltar su mano descolgó el paraguas, lo abrió y abrazándola lo colocó sobre sus cabezas. Una lluvia torrencial comenzó a caer y caminando juntos se perdieron.
La noche anterior había llegado límpida y fresca y salí con lo puesto en persecución, solo llevaba conmigo una mochila con mis notas y algunos bolígrafos, pero mientras despuntaba el alba recordé el lugar exacto dónde había quedado mi paraguas y me maldije por jugarle apuestas al servicio meteorológico. De madrugada el agua comenzó a caer como si una gran cuba que contuviera el caudal oceánico se derramara del cielo bendiciendo a la tierra.

jueves, 10 de enero de 2008

Religión, mitos y leyendas


No estaba ni cerca ni lejos, ni dentro ni fuera, no pertenecía ni dejaba de pertenecer, me encontraba en un lugar incierto que por momentos parecía abarcar el todo pero al mismo tiempo me dejaba muy lejos de ahí.
Las preguntas bramaban como pingos desbocados por salir de la gatera. ¿Qué afán impedía que dejara de seguir a Olsenn? ¿Por qué razón dedicaba tanto tiempo a descubrir quién era realmente Nelson?. ¿Era yo parte del mundo del catedrático?, sin duda el se había convertido en parte de mi mundo.
No había respuestas, pero no podía permitir que mis dudas paralizaran la acción, lo único cierto era que tenía que seguir tras los pasos de Olsenn.
Habían pasado unas semanas de mi última visita a Perdriel y creí prudencial el tiempo transcurrido para volver a incomodarlo.
Llegando al pueblo presentí que las cosas estaban raras, veinte minutos después, al llegar a su rancho confirmé el presentimiento. Nadie contestó a mis aplausos, salvo algunos chuchos de la zona con aires de pertenencia.
El atardecer de aquel día fue extraordinario, almorcé un típico asado a la cruz y presencié una fantástica carrera de sortijas, pero ya cuando la tarde se hacía noche y mis aplausos volvían a resonar en lo de Perdriel, el sinsabor volvió sobre mí, evidentemente el hombre había tenido que dejar el pueblo.
No podía seguir esperando y aunque no encontrarlo me resultaba extraño, no presté demasiado interés al evento. Ciertas obligaciones contraídas en la Capital entretuvieron mis pensamientos de regreso a casa.
Todo el día siguiente fue ir de una rutina hacia otra, pase una buena parte avocado al trabajo, otra porción a cumplir las obligaciones contraídas, aunque gratas, para finalmente llegar a casa entrada la noche.
Es cierto, mis tiempos ya no eran como al principio, no disponía de la libertad que tenía en los inicios. Dar con Nelson se había convertido en una tarea muy complicada, ya no por mi dificultad en hallarlo, sino por la limitación de mis tiempos.
Volví a revisar las notas esa misma noche, después de cenar, necesitaba trabajar en algo, me sentía inquieto.

“El pequeño Nelson se había criado en un hogar de mucha fe, una fe que en principio había hecho danzar a peces y prendas y unos minutos después llevó el amor a la vida de Erling. Es curioso, pero no era él quién profesaba esa fe, sino Asa.
Cuando aquellos eventos tuvieron lugar el padre de Nelson, aunque sin duda había quedado sorprendido, como buen hombre práctico y sin perder un instante, olvidó los pormenores de la magnífica escena y se encargó de disfrutar los resultados.
Asa aunque dueña también de una gran practicidad, poseía una capacidad natural para la observación.
Prestó especial atención a cada uno de los detalles de lo que allí se había desarrollado y luego se encargó de explicarle al excitado Erling porque los eventos sucedieron de ese modo y en una concatenación perfecta de situaciones.
Asa había realizado un sincretismo, entre los mitos y leyendas Nórdicas y un sinfín de lecturas, convirtiendo a todo aquello en su religión. Una religión por lo pronto muy personal, pero que al parecer le funcionaba.
La buena posición económica de su familia y un padre con aficiones intelectuales, fueron la chispa que generó su creatividad religiosa. Asa tuvo acceso a una cuantiosa literatura que no dejó pasar inadvertida y consumió ardorosamente.
Sus lecturas se sucedían entre libros sagrados, novelas, tratados filosóficos, poesías, ensayos y obras para teatro.
Poco a poco todo aquello decanto y fue conformando una serie de principios y creencias, su propia cosmogonía por decirlo de algún modo, que con servicial empeño inculcó a toda su familia.
Incluso las mascotas del hogar debían cumplir determinados ritos para estar en armonía, la gran ballena azul y el atún, aunque esporádicamente, nunca dejaron de visitar la residencia de los Olsenn.
Visto a la distancia no podría tildarse a Asa como una fanática, sin embargo en algunas ocasiones uno podría verse envuelto en dudas razonables.
Los Olsenn creían en la vida después de la muerte, aunque no estaban muy seguros de creer en la muerte durante la vida. Así también poseían una profunda fe en la reencarnación, en este punto fue crucial la experiencia de Erling quién rezaba cada noche por conseguir un podólogo apropiado.
Sus creencias situaban en la realidad física presencias espirituales o acaso fantásticas, sin por esto creer que no pertenecieran a este mundo.
Gnomos, enanos, Elfos, hadas y todo tipo de criaturas convivían e interactuaban constantemente con todos nosotros de acuerdo a su creencia.
En general las fantásticas criaturas solían actuar de forma negativa con los seres humanos y Asa estaba bastante convencida al respecto. Según ella podía observarse esto en cualquier situación de la vida o acaso de la historia. Cuando le pedían un ejemplo, decía estar prácticamente convencida que Friedrich Nietzsche había sido seducido por hadas y enanos al escribir su mayor obra “Así habló Zaratustra”, aunque sus dudas oscilaban entre victimizar al autor o a sus lectores.
Lo cierto es que en el caso de los Olsenn y para gran sorpresa de Asa, la influencia de las mágicas apariciones había sido positiva.
Asa había dedicado un extenso tiempo en explicar a Erling los pormenores de su encuentro. Tuvo, en principio, que contarle, peor aún, hacerle creer en la existencia de gnomos, enanos, hadas y demás formas de vida y pacientemente llevarlo a comprender que él jamás había logrado domar a ningún pez o animal marino, que todo aquello había sido arreglado exclusivamente por estos seres extraordinarios.
Erling tenía su orgullo y no cedió fácilmente el punto, no iba a permitir que su mujer, por mucho que la amara, diera por tierra con su mayor logro en la vida, ese prodigio de la naturaleza le pertenecía e iba a luchar ferozmente para demostrarlo.
Tomó del brazo a Asa y a tirones la llevó hasta orillas del mar, una vez allí comenzó su silbado pregón.
Asa parada a su lado dejó ver un gesto de conmiseración, miraba a Erling con lástima. Por su parte Erling comenzaba a verse como un pequeño globo aerostático rojo, en su afán por lograr su cometido había olvidado aspirar unas bocanadas de aire cuando la melodía lo permitía.
Esa tarde Erling silbó mientras el sol se escondía detrás del horizonte, silbó y no dejó de silbar hasta las primeras horas de la madrugada, cada tanto Asa, que estaba a su lado, le acercaba un tazón con agua para humedecer los labios. Entretanto el aprovechaba para sugerirle que no era temporada de pesca y los peces se encontraban tan lejos de la costa que la distancia no les permitía oír el mesmerizante llamado. Ella lo escuchaba con resignación.
Finalmente Erling fue convertido y los dos volvieron a casa alejándose de la costa como en el final de una película de Charles Chaplin.”

Había pasado completamente por alto esa parte de la información, al releerla comencé a atar algunos cabos sueltos. Habían ocurrido cosas extrañas desde mi primer encuentro con Nelson, tener esta aproximación cercana a sus creencias, o al menos a las creencias con las que había crecido, no hacía mas que generar mas preguntas, sin embargo tenía ahora un hilo conductor, un pequeño aliciente y una fuente de posibles respuestas con las que podía comenzar a entretenerme.
Mi primera impresión, sin embargo, fue de incredulidad, no imaginaba a Olsenn hablando con enanos o viendo danzar a las hadas, pero ya me había acostumbrado que frente a Nelson Olsenn uno no podía estar muy seguro de nada.

jueves, 2 de agosto de 2007

De vuelta en lo de Perdriel

En otra ocasión, mucho tiempo después, volví a pasar por lo de Don Perdriel.
Perdriel siempre tenía a mano una buena anécdota para contar. Como todo hombre de campo dedicado a las labores pulperiles, tenía una cualidad innata para la narración verbal.
En todo caso su histrionismo se veía enturbiado en sus comienzos, todos sus relatos empezaban con un lamento afirmando que el campo ya no era como antes, pero esto apenas alcanzaba a ser un prólogo repetitivo, en cierta forma hipnótico, que no mellaba en absoluto su talento.
Frente a esta situación, mi dificultad residía en traer nuevamente a la escena la figura de Olsenn.
Perdriel no tenía sospechas del verdadero interés que me movía y yo no tenía intención de que lo conociera, de modo que pasaba un buen rato escuchándolo hablar de sus historias.
Sus relatos versaban acerca de la valentía de ignotos gauchos, que habiendo quedado en el olvido, cargaban en su historia con una larga tradición de hazañas y aventuras y de otros que situados en lugares de privilegio, no habían hecho nada en realidad, o lo que es peor, habían tomado prestado el mérito de los olvidados.
Aquel día, mientras Perdriel terminaba de delinear el perfil bravío y rebelde de un tal Eusebio Paredes, encontré la ocasión de traer a su memoria a Nelson Olsenn.
Aparentemente, el gaucho Paredes, no había sido un hijo exclusivamente de la vida, en su lugar y a condición de provenir de una familia muy acaudalada, había sido enviado a Europa a estudiar. Allí se había interesado mucho en la filosofía y otras disciplinas del pensamiento. Ya de regreso a la Argenta patria se encontró con un trágico panorama, su familia, en disidencia con las autoridades del momento, había sido asesinada y toda su fortuna había sido confiscada.
Ante esta cruel realidad y con sus nuevas ideas sembradas en el viejo mundo, juró vengarse y tomó el camino solitario y parea de las pampas, se convirtió en gaucho cimarrón, una vida que al menos Perdriel recordaba claramente.
Aunque la historia de Paredes era interesante, aproveché aquí para desviar el asunto y nombré a Olsenn.

- ¿Su amigo, Nelson Olsenn, también había sido un estudiante de Filosofía no es así?
- Olsenn no solo jué estudiante'h filosofía, jue una persona interesada en una gran varieda'he cuestiones. Jué un precursor, centrao'ho en la sicología, cuando esta recién comenzaba a esbozarse como cencia. En todo caso, gracia'h eso fue como lo conocí.
- ¿Cómo es eso?. Quiero decir, ¿cómo fue que lo conoció?.

“Tenía Olsenn para ese entonces vintiocho años y había llegau a la Argentina dispué de una intensa travesía por el Globo... Algo que distacaba y estraniaba a la vez, era su impecable uso'h el idioma y su perfecta pronunciación, aunque esto, claro, se hiciera evidente mucho dispué”.

Así comenzó Perdriel su relato, olvidándose esta vez del campo que él conoció o acaso no queriendo ser reiterativo. El relato continuó a paso tranquilo entre mates y la parsimonia de los pueblos.

- El caso es que era muy temprano de mañana, yo ya estaba trabajando para Don Isidro Esquivel, el dueño original de esta pulpería y ahí mismito se avecinaba el festival de doma'h e potros... - prosiguió el paisano con su relato - se había juntado mucha gente en el pueblo. Entre los presentes había caras conocidas y otras que no se habían dejado ver jamás por ahí. Había muchos que uno conocía por que solían pasar por el pueblo cada tanto, pero no eran oriundos di acá, estaban los de todos los días y estaban los que se veían por primera vez. Andaba yo atareado con mis ocupaciones y en de repente alguien me tocó el hombro.

- Noble labor la suya compañero. ¿Que tiene pah'ofrecer?

- Lo qui usté ordene mi amigo – le contesté al aparecido, aunque me había caído de sorpresa.

- Bueno y ¿qué es lo que toma la gente acá?

- Vea, acá la mayoría son amigo eh’ la giñebra.

- Ande puéh, sírvame de esa entonces.

Mientras buscaba el vaso y la botella pa'hservirle lo miré detenidamente, algo me había llamao la atención ya desde el prencipio, pero no me había percatao de que era.
Con un poco mas de observación me fue imposible no verlo, el paisano que tenía enfrente vestía a la perfección las pilchas de un hombreh'e campo, fectivamente las ropas estaban impecables, eran sin duda nuevas pero eso no era lo llamativo, todos estrenaban pilchas para las domas; lo curioso era que este gaucho llevaba unas raras botas a cuadros de un material que yo no había visto jamás. En ese momento sentí un poco de pena por el hombre. No podía dejar que se mezclara con el resto calzado de ese modo.

El parroquiano que Perdriel tenía enfrente, era la clara imagen del gaucho, nadie iba a poner en duda su condición, su desempeño y destreza, su carácter y hasta su humor. Era un gaucho hecho y derecho.
Sin embargo, tenia esas extrañas botas que desentonaban con su condición gauchesca.
- Yo no me atrevía a hacérselo notar, - continuó el hombre de campo - no me atrevía a hacerle mención de su condición por temor a como podría tomarlo, pero entonces...

- ¿Usted se dio cuenta?

- No sé de que me habla- respondí.

- De mis botas mi amigo.

- ¿Qué tienen sus botas?

- No se haga el distraído, no responden a mi atuendo general y usted se dio cuenta, ¿no es así?.

- Si, me di cuenta pero no quería hacérselo notar.

En ese momento me pregunté porque llevaba esas botas entonces, si estaba al tanto de que no correspondían con el resto del atuendo.

- Bien estaba esperando este momento, hace largo tiempo que estoy interactuando con la gente del lugar y hasta ahora nadie notó ese pequeño detalle que me distingue del resto. Sin embargo usted mi amigo no necesitó demasiado tiempo, inmediatamente dio con la clave.

- Perdóneme la pregunta, pero... ¿por qué anda con esas botas entonces?

- Buena pregunta mi amigo. Fíjese, mírelas bien, no son tan distintas del resto, tienen una particularidad si, pero no es algo que se note a simple vista, sino más bien con un poco de atención. Yo estaba buscando alguien que notara esa diferencia y no fuera tan desbocado coma para ir y contárselo a todo el mundo. Y acá lo encontré a usted.

Cuando el amigo Olsenn me hizo esa observación, tuve que coincidir con él, las botas no eran tan extrañas ni tan distintas comparadas al resto. Aunque al principio si me habían parecido completamente incongruentes, la verdad era que sus botas apenas tenían una diferencia insignificante.

- ¿Sorprendido mi amigo? – me dijo – quédese tranquilo, no tiene que preocuparse, algunas cosas ocurren así.

Después de decirme eso, me saludó y se perdió entre los paisanos, no lo vi participar de la doma ni volví a verlo por un largo tiempo. Pero eso es cuento pa'ahotra ocasión.
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domingo, 4 de marzo de 2007

El ave, su pico y mis cigarrillos

Abrí los ojos como salido de una terrible pesadilla, era de mañana pero algo no estaba bien.
Recuerdo que en esos tiempos, veìa a Olsenn muy a menudo, prácticamente no pasaban mas de dos días sin que diera con él. Me había habituado a llevar siempre conmigo, una buena cantidad de la información que iba obteniendo, para los días en que no podía encontrarlo. De este modo aprovechaba los tiempos muertos con la compaginación y redacción de las bocetadas notas.

Esa mañana, sin ningún tipo de explicación, desperté en unas desoladas serranías, cuando una extraña ave intentaba con su pico, sacar los cigarrillos del bolsillo de mi camisa.
Con la cruda sensación de haber nacido en ese instante y la imposibilidad de hallar un recuerdo que me ubicara en el tiempo, me puse de pié en un salto.
Solo tenía la vaga impresión de haber estado tras los pasos de Nelson una vez más, pero la ambigüedad era demasiada como para estar seguro. Diferentes momentos se mezclaban y podía jurar que algunos habían ocurrido hacía mucho tiempo atrás.
Había sufrido curdas profundas en lo que llevaba de vida, pero jamás experimente tan profunda intoxicación etílica, como para olvidar que estaba haciendo antes de empezar a beber.
Por supuesto, todo esto comencé a pensarlo después, mi prioridad en ese momento era saber dónde me encontraba exactamente.
Desde dónde desperté, no podía verse un solo ser vivo exceptuándome, aunque para ese momento había empezado a dudar de mi propia existencia. La extraña ave habìa desaparecido.
Comencé a andar hacia el este, sentí que en ese rumbo tenía mayores probabilidades de dar con alguna respuesta. Mientras caminaba, mi mente comenzó a maquinar posibles soluciones.
Imagine que había sido capturado por seres de otro planeta o peor aún, de otra Nación y que luego de extraños experimentos me habían abandonado allí, librado a mi suerte.
La teoría no tuvo mucho éxito, en realidad me sentía bien, demasiado bien y eso era tal vez lo más extraño. Recordé que al despertar estaba tendido sobre una roca. Me hallaba por completo contrariado, pero mi cuerpo se encontraba exultante, no me aquejaba ningún dolor.
Intente consolarme y jugué con la idea de haber tomado finalmente esas vacaciones que venía postergando. Tal vez me encontraba allí después de una serie de trasnochados abusos. Me había prometido probar una buena cantidad de alucinógenos y demás yerbas algún día. Pero esta opción era menos probable aún.
Finalmente supuse que todo se trataba de un sueño, muy vívido claro, pero sueño al fin. Eso podía explicar mi excelente estado físico, la pérdida de continuidad en mi memoria y algunas otras cosas más, como el extraño color ámbar que tenía el paisaje a mi alrededor.
Pero no podía explicar el frío que estaba sintiendo mientras el sol se escondía, ni la terrible sensación de hambre que empecé a sentir. Mi preocupación se transformó en terror. Estaba completamente solo, no sabía dónde, con la noche desplomándose sobre mi cabeza y sin ningún recurso.
Seguí caminando y encontré una especie de gruta cavernosa, tras franquear un pequeño bosque. Decidí descansar allí hasta que amaneciera, mientras intentaba reconocer el paisaje. Mis viajes no habían sido muchos, pero no podía acertar en dónde me encontraba y mucho menos como había llegado hasta allí.
No era un buen momento para engañarme, la realidad era que no podía descifrar una explicación satisfactoria.
El frío comenzó a calar profundo hasta hacerme sacudir y una sensación de somnolencia fue cubriéndome lentamente hasta dejarme dormido.

Un ensordecedor chillido me despertó, el sobresalto me llevó a golpear mi cabeza contra la roca bajo la que me hallaba sentado.
El golpe me atontó de tal forma que me obligó a cerrar los ojos. En un pequeño lapso de tiempo el dolor fue cediendo y pude volver a abrirlos. La situación se ponía cada vez peor.
El entorno había cambiado por completo. Todo aquello parecía una broma de mal gusto.
La roca sobre mi cabeza resultó ser un anaquel bajo, sobre el que descansaba una colección de libros y el chirriante sonido la impulsiva frenada de un colectivo.
Me encontraba dentro de una iglesia, en un descanso al costado del templo. La reverberación del sonido había magnificado los frenos gastados de una forma horripilante.
Mas confundido que al principio caminé hacia la salida. Un reloj de calle marcaba las dieciséis cuarenta y cinco.
En la otra vereda, justo frente a mi, entre varios paseantes Olsenn caminaba hacia algún lugar. Miró un reloj imaginario en su muñeca y apuró el paso. Yo todavía turbado por la situación, no pude moverme del lugar, lo seguí con la vista, cuando lo vi doblar en la esquina pude reaccionar y corrí para alcanzarlo. Llegué a la esquina lo más rápido que pude pero ya no logré verlo. Corrí unas cuadras mas pero el esfuerzo fue inútil, nuevamente Olsenn había desaparecido.
Mientras intentaba ubicarme para volver a casa, mis pensamientos seguían buscando una explicación. Hasta el momento no pude explicarme que fue lo que ocurrió ese día.
Por casi tres semanas no volví a encontrar a Nelson.

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viernes, 16 de febrero de 2007

Càtedra de pedagogìa

Otra vez me había quedado dormido. Algunas veces las guardias, en espera de que Olsenn aparezca, eran interminables. El reloj marcaba las seis y diez. El dia, ya anunciado con los gorjeos de unos zorzales desvelados y una furgoneta de Clarín que abastecia los puestos del barrio, amenazaba con altas temperaturas. En el sobresalto lo que me quedaba del café, cayò con precisiòn sobre el pantalón de lino, justo entre mis piernas. El pantalón era negro y el café ya estaba frìo, no le dì demasiada importancia. Mirè mi reloj y me inquietè un poco, habìa perdido de vista la casa de departamentos por casi una hora. Olsenn podría haberse ido en ese tiempo. Instantáneamente el café derramado y el tiempo perdido se encontraron y a viva voz me insulté. Todavía un poco adormecido, pude ver como el concurrido bar se me quedaba mirando. Me acomodé el cabello, como si nada hubiera ocurrido, mojé mi cara con el agua que acompañaba el café y una servilleta de papel absorbió el sobrante. Cuando retiré el papel de mi rostro vi a Olsenn saliendo de su edificio. Dejé un billete de diez en la mesa y salí en persecución.
Llevaba cerca de dos años siguiéndolo y la idea de hacerme visible me venia tentando. El ritmo al que me sometía el seguirlo, de modo encubierto y sigiloso, estaba dañando seriamente mi salud. Apenas dormía, mi vida social habìa desaparecido y el trabajo lentamente se estaba haciendo eco de la situación. Sin embargo no hallaba la forma de llevar a cabo el encuentro. A pesar del tiempo que habìa pasado, no podía descubrir aún en que forma Olsenn se ganaba la vida. Sabia que era antropólogo, pero no estaba en actividad, jamás lo vi cerca de un ámbito académico. Tampoco estaba seguro de que hubiera ejercido alguna vez en Buenos Aires. Lo habìa visto realizar actos extraordinarios y extravagantes, pero jamás por dinero. Decidí buscar antecedentes de Olsenn en las Universidades y Colegios secundarios, tal vez pudiera encontrar algún dato que me permitiera presentarme.
Nelson llevaba puesta una bermuda caqui, una camisa de bambula blanca y mangas cortas, sandalias de cuero marrón, anteojos negros y un sombrero Panamá. Caminaba con paso vigoroso y resolución, no me sorprendió, estaba acostumbrado a sus cambios abruptos.
Su paso seguía siendo fluido a pesar del calor, la ciudad hervía en hedores. El verano tiene esas cosas en las grandes ciudades. Olsenn alternaba entre quitarse el sombrero cuando cruzaba una señorita y doblar las alas hacia abajo, al tiempo que desfiguraba el rostro, cuando se cruzaba algún niño. Las damas sonreían y los niños o corrían o se abrazaban fuerte a su madre.
De pronto y sin preámbulo se quedó clavado en el lugar. Yo que venía despertándome todavía, estuve a punto de llevármelo puesto. Pero mis reflejos despertaron, enseguida me agache e hice de cuenta que me ataba los cordones. Mientras, distraídamente, buscaba el motivo de su abrupta frenada. En la vereda de enfrente una señora, joven, de unos treinta años, discutía a viva voz con un chico de unos cuatro o cinco años, aparentemente se trataba de su hijo.

- ¿A ver?. En que idioma te lo tengo que decir Lautaro ?!!. Vos no entendès que no se puede correr así por la vereda?!!. Y mucho menos levantar cosas del piso, después te chupas un dedo. ¿Y?. ¿No ves que por acá pasan los coches a toda velocidad?. ¿Y si te caes a la calle?

A pesar del acalorado discurso de la madre, el chico continuaba corriendo, dando vueltas a su alrededor e imitando un sonido semejante a una sirena.
Olsenn cruzó la calle y yo tras él. Se acerco a la señora en el momento en que su cólera trepaba hasta los limites de la cordura. La alejó un poco del pequeño y conversó con ella a solas.

- Estimada señorita, veo que tiene un gran problema aquí. Pero como dijo alguien alguna vez, ningún problema existe que no tenga solución. Si usted está dispuesta, yo puedo solucionar este problema.
- ¿Y usted quién es?
- Mi nombre es Nelson Olsenn, pero eso no tiene importancia ahora. ¿Està dispuesta a solucionar este inconveniente?
- Bueno mire, no sé, este chico es imposible. Sinceramente me agota, me lleva a situaciones en las que pienso la forma de asesinarlo. Je, je, no es verdad, pero bueno, usted me entiende.
- Entiendo, bueno, insisto una vez más. ¿Quiere darle solución a este problema?
- Y si, claro que quiero darle solución. ¿Pero que puede hacer usted? .
- Bueno en realidad me encantaría poder hacerlo yo mismo, pero no va a ser posible, de modo que tendrá que hacerlo alguien más.

Nelson continuo hablando con la mujer por unos minutos mas y luego se retiró. Lo seguí. A unas cuadras de donde estábamos habìa una zona de casas tomadas, un lugar realmente lóbrego, hacia allí se dirigió el catedrático. Entro en uno de los Edificios, lo espere afuera. Al cabo de unos diez minutos lo vi salir junto a un hombre atemorizante. El lumpen llevaba una barba despareja, tenía quemaduras en el rostro y un ojo cerrado y supurante. Su estatura era cercana a los dos metros y era robusto y pesado. Estaba vestido con ropas sucias y viejas y èl mismo tenía esa condición. Al verlo sentí un poco de temor.
Caminaron juntos hasta el lugar en donde Olsenn habìa tenido la charla con la sufriente madre. Se detuvieron a unos quince metros, detràs de un àrbol, y vi a Olsenn gesticular y darle una serie de indicaciones al sujeto. Al terminar Olsenn saco unos billetes de su bolsillo y se los dio al cuasimodo.
La señora se habìa quedado por allí y el niño seguía en la misma tesitura. El corpulento y temible personaje caminò hasta el sitio y cuando el chico se alejó corriendo a unos cuantos metros de la madre, lo tomo de los costados, lo levanto y lo puso frente a su rostro. El pequeño se quedó petrificado. Al ver que el chico no respondía, el hombre comenzó a sacudirlo y gritarle en forma obscena :

- ¿Asi que te gusta correr, pendejo? . ¿Te gusta romper las pelotas? . ¿Sabes lo que le hago yo a los pendejos como vos? .

Antes que pudiera contarle lo que les hacia, la madre llego al rescate.
Con voz firme, la mujer ordenó a Cuasimodo que dejara a la criatura en el piso. La bestia inmediatamente obedeció y puso su mejor gesto de disculpas, aunque no le salió demasiado creíble. La madre reprendió severamente al vago y lo humilló dándole un carterazo, luego pisando fuerte y con un ademán lo hizo retirarse. El impactante monstruo se fue casi corriendo.

Olsenn, volvió a acercarse a la mujer y le dijo.

- Tengo su teléfono. En unos meses hablamos.

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jueves, 8 de febrero de 2007

Unas cañas por Olsenn

Esa noche tuve la sensación de que Olsenn no demoraría en aparecer, pero el verdadero sentimiento era que no lo habìa perdido.
El tiempo que pase sin verlo fue de gran utilidad y aunque no lo había pensado en el ajetreo, lo estaba necesitando.
Con su ausencia logre ordenar una buena cantidad de los papeles sueltos, que cubrìan desde la infancia hasta la adolescencia y ayudaron a configurar un poco mas, los rasgos de un Olsenn que iba ganando personalidad con el tiempo.
Tal vez una de las charlas furtivas que arrojó los datos mas curiosos, ocurrió en una vieja pulpería, una de las pocas que todavía quedan en pie.

Como había sucedido en otras oportunidades, esa mañana el catedrático salió temprano. Lo seguí hasta un bar y lo esperé hasta que hubo terminado su café con leche y medialunas. Entre tanto yo bebía la misma colación. Dejò el dinero sobre la mesa e inmediatamente salió silbando bajito y con paso de baile.
A las pocas cuadras, sin ningún pudor se quedo viendo el escote de una pulposa adolescente que rondaba los veinte años. La voluptuosa dama, se dio cuenta del profundo examen que Olsenn le estaba realizando. Se sonrojó y apuró el paso, sin embargo dejó ver una sonrisa de satisfacción.
Aproveché el buen humor y la timidez de la mujer en ciernes y la miré sonriendo. Mientras meneaba mi cabeza, en gesto de desaprobación hacia la actitud del anciano. Su sonrisa còmplice y de satisfacciòn se descompuso en un instante y su mirada se tornó desafiante. Al pasar a mi lado me gritó: Estúpido!!!.
No era la primera vez que apreciaba la facilidad que tenia Nelson para interesar a las mujeres, por supuesto esto me producía una envidia considerable. Olsenn era un hombre mayor, ya había superado los setenta, pero aparentemente las mujeres no lo notaban o acaso no les importaba.

Llevábamos caminadas unas treinta y cinco o cuarenta cuadras cuando el catedrático fue tragado por una pared. Mi sorpresa fue grande cuando al acercarme, descubrí que había entrado en una casa de alquiler de automotores. Al cabo de unos veinte minutos, vi salir a Olsenn al volante de un Chevrolet S10 coupe. Afortunadamente conducía despacio y pude parar un taxi antes que se alejara.
Cuando dejamos la ciudad, Olsenn piso el acelerador y creí que lo volvía a perder, sospeche que tal vez, solo tal vez, sabia que alguien lo seguía.

El viaje se hizo considerablemente mas largo de lo esperado. Termino en la pulpería “Don Gervasio”, al sur de la provincia de Buenos Aires y a doscientos noventa kilómetros de la Capital.
En mi vida pagué tanto dinero por un viaje en taxi!. Pero estoy agradecido con el chofer, no se amedrento al ver que dejábamos la Capital para tomar la ruta, su única preocupación, fue que no tuviéramos un termo y un mate.

La pulpería se encontraba en un páramo desolado y era atendida por un tal Ceferino Perdriel. Por supuesto Ceferino no me conoció hasta que Olsenn dejo el lugar.
Me vì obligado a pasar la noche allì, en esos solitarios andurriales, ya que después de trasponer la entrada Olsenn no volvió a aparecer.
Al rato de estar parado en medio de la nada, logrè atajar a unos lugareños que pasaban y los interrogue acerca de algún hospedaje en la zona. Con desgano me hablaron de una posada dentro de un casco de estancia, no muy lejos de ahí.
Ya la noche hambrienta había devorado todo destello de luz, con frío y un poco desorientado me encaminé hasta el lugar sugerido.
A la mañana siguiente, despuès de pagar por el peor catre salvaje, corrí hacia la pulpería. El automóvil de Olsenn ya no estaba, maldije la situación. Si hubiera esperado un poco mas. Era inútil lamentarse.
De pronto algo en mi se aclaró, no todo estaba perdido. Acaso el pulpero, fuera la única fuente directa para conocer mas acerca de Nelson Olsenn.
Entre a la pulpería, me acerque al estaño y pedí una caña. Me puse a conversar con don Ceferino, el hombre parecìa salido del Martìn Fierro. Tuve que inventar una historia para soltarle la lengua.
Le dije que había nacido en Noruega y que había llegado hasta estas tierras a los diez años, que había pasado la mayor parte de mi vida en este suelo, pero que a pesar de todo no lo conocía en absoluto, le comente que finalmente había decidido emprender este viaje y que su pulpería era el primer punto de mi recorrido.
Cuando hable de Noruega se mostrò interesado. Me dijo al pasar que tenía un buen amigo de esas latitudes y que curiosamente el dìa anterior había estado por ahí.
La artimaña había dado resultado. Lentamente, entre cuentos costumbristas y anécdotas personales, comenzaron a mezclarse las referencias al Catedrático. Así, entre caña y caña, las historias acerca de Olsenn empezaron a aparecer.

“Corría el año mil novecientos veinte y Nelson corría tràs el. Ya no tan pequeño, Olsenn contaba 15 años, además de canicas, revistas con mujeres acaloradas y algún dinero que conseguía de tanto en tanto.
El mundo festejaba el tratado de Versalles que daba término a la Primera Guerra Mundial. Sigmund Freud publicaba sus “Ensayos de psicoanálisis” aunque todavìa le faltaba un poco de pràctica. Luigi Pirandello “Seis personajes en busca de autor”, mientras hacìa las valijas y se escapaba. Nacían Fellini, Charlie Parker, Sordi, Ray Bradbury y Chabuca Granda.

A finales de ese año en los Estados Unidos se inauguraba el sufragio femenino y la Argentina realizaba la primera transmisión radial del mundo.

Entre tanto, allí mismo, donde Sunniva nació, en la pequeña ciudad de Mo, Olsenn fue embelesado por un sentimiento profundo, un sentimiento del que no podía hablar aún, tal vez porque tenía la boca llena de Skrei, tal vez porque aún no encontraba las palabras.
Nelson tenía una gran afinidad con sus hermanos, especialmente con Sunniva, excepto cuando esta se burlaba frente a sus amigas, de sus largas y reiteradas estadías en el baño con esas revistas chanchas. Esas eran sus palabras.
Nelson, sin perder la compostura, explicaba a la carcajeante audiencia que esas revistas tenían un fin ulterior y no el estúpido y degradante propósito que su hermana quería darles.

- Eso sería comprensible en cualquier chico de mi edad. - decìa - Es cierto, pero yo no soy cualquier chico. Esas revistas me permiten estudiar, a través de la observación y la copia, la anatomía humana. Por otro lado, no hay en toda la casa un lugar mas tranquilo que el baño.
Cuando me vean convertido en un Artista del lápiz, dejarán esas risas absurdas y las cambiarán por otras.
No siempre el argumento utilizado daba resultados, pero podemos apreciar al diletante en el que se convertiría.

De acuerdo a este episodio podríamos suponer que Olsenn era una persona muy centrada en su adolescencia y no estarìamos incurriendo en un error. Sin embargo, cuando encontraba a Sunniva sola luego de estos acontecimientos, delicadamente la tomaba de los cabellos y arrastrándola se llegaba hasta la orilla del mar. Allì la remojaba, luego la frotaba contra una piedra y la colgaba, cabeza abajo, en la casilla de los bañeros. Finalmente y una vez que se encontraba seca, se la vendía a los viejos pescadores, que ya no podìan distinguir entre descamar un pez en la cocina y una cena en el Hilton Palace, como carnada.
La realidad era que, en aquellos momentos, Nelson no quería estar en malas relaciones con Sunniva. No porque la quisiera, sino porque la necesitaba. Olsenn no podía dejar de pensar en una de sus amigas.
Odina había generado en Olsenn una sensación muchas veces percibida anteriormente, pero nunca hacia alguien tan cercano y tangible.
Por todos los medios trató de convencer a Sunniva. Ella debìa interceder por el y contarle a Odina su virtuosismo y hombría de bien. Inclusive llego a prometerle, que no untaría mas su cepillo de dientes con betún incoloro. Pero Sunniva se encontraba muy ofendida y no dio el brazo a torcer. Nelson halló el modo y se lo torció de todas formas.
Luego de esto el proyectado Catedrático se arrepintió enormemente de no haberla ensobrado y enviado por correo a Nueva Guinea cuando tuvo la oportunidad. Mas tarde, se consolarìa pensando que había ahorrado un buen dinero.

Si bien existía una gran timidez en sus tiernos quince años, tambièn es cierto que no había alguien mas tozudo en toda la Ciudad de Mo.
Decidió conseguir a Odina a como diera lugar y pergeniò un plan para lograrlo. Aparentemente la idea se le presentó en un sueño, en el que un banco de arenques le detallaba el plan paso a paso, a cambio de que Olsenn no develara su ruta a los bacalaos.
El plan consistía en estudiar los movimientos de Odina y forzar un encuentro casual, allí estaría librado de la presión de su hermana y sus otras amigas y podría acercarse sin tanto pudor al objeto de su deseo.
Una tarde, mediando los preparativos del plan, tuvo que atender un recado de su madre. La comisiòn requería el traslado hacia el otro extremo de la ciudad. Se vistiò, salió de su casa y comenzó el viaje.
Cuando estaba llegando al sitio indicado, se detuvo en una esquina para volver a leer el papel que Asa le había escrito con la dirección exacta. En medio de la lectura, sintió que alguien le tocaba el hombro desde atrás. Al darse vuelta descubrió a Odina.

- Nelson!!, que extraño verte por acá.
Nelson estaba temblando, no esperaba que su plan comenzara sin su consentimiento.
- Ehhh,....ejem, Odina !!! Si, es extraño verme por acá, en realidad es extraño verme. Es decir, en casa no usamos espejos.
- Mmmm.... . Querès que te ayude?, me pareció que estabas buscando algo.
- Bueno si, busco algo, pero no en este momento, ehhh,...mmm, quiero decir que no es momento. Puede esperar, no es nada urgente. Que hermosa!!!.........vista tiene esta esquina.
- ¿Porque no vamos a casa?, vivo a dos calles de acá. Esta haciendo un poco de frío.
- ¿En serio?, no me había dado cuenta, .....estaba a punto de sacarme el pulóver .....¿tu casa?, no, no vamos a molestar a doña Helga.
- Vamos, caminemos que hace frío.

Comenzaron a caminar y antes que Nelson pudiera decir una palabra, Odina lo hacìa pasar a su casa.
Una vez dentro, a Nelson le faltaban poros para sudar lo que el cuerpo le pedía. Ella lo hizo sentarse en un sofá y desapareció detrás de una puerta. Al rato la puerta se abrió y Odina reapareció completamente desnuda, en sus manos llevaba un làpiz y un cuaderno oficio.
Nelson sufrió una taquicardia y perdió repentinamente el conocimiento.
Cuando recobro la lucidez, se encontrò desnudo sobre una gran cama mientras Odina, sentada sobre èl, se contoneaba al grito de: Arre, arre caballito!!.
La primera experiencia de Nelson en el amor fue cuasi una violación. Nelson petendìa conocer como se sentìan los labios de Odina, tomar su mano, abrazarla. Sin embargo, despuès del acontecimiento, costò varias semanas borrarle esa estùpida sonrisa.”
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viernes, 2 de febrero de 2007

Antes de Nelson Olsenn

Habìan pasado varias semanas desde mi ultimo encuentro con Nelson, era poco probable que algo asì ocurriera, sin embargo no podìa ser tan estúpido como para engañarme, llevaba exactamente veintitrés dìas de no dar con Olsenn.
Pasados los primeros dìas mi desconsuelo fuè creciendo y creì haber perdido su rastro definitivamente. Habìa imaginado que tal vez, conociendo su espíritu libre, hubiera decidido partir hacia cualquier otro punto de la ciudad, del paìs o del mismo globo, no habìa forma de saberlo. Si bièn yo habìa entrado en contacto con varias personas de su entorno, nunca habìa develado mi verdadero interés y no era prudente comenzar a levantar sospechas con preguntas inadecuadas.
Me enfrente entonces a la penosa idea de haber perdido al fantástico Nelson Olsenn, todo mi trabajo hasta el momento se viò repentinamente empañado, desarticulado y estéril. No tenìa consuelo.
Estaba tan abstraido en la ausencia de su persona que habìa olvidado todas las notas que esperaban ser ordenadas. De un modo sutil, el recuerdo se hizo presente. Con gran esfuerzo y con sumo cuidado, al menos creo que asì fuè, habìa conseguido una cuantiosa información del paso de Olsenn sobre la tierra. Las notas sin embargo se encontraban mezcladas, fraccionadas, sin ningún orden cronològico. La mayorìa de los datos me habìan sido suministrados de una forma anecdótica y los saltos de espacio y tiempo eran abismales.
Ya habìa dado comienzo a su organizaciòn, pero solo habìa sido una mirada somera. Al recordar el trabajo que aguardaba sentì reconfortarme lentamente, fuè un verdadero aliciente ante la realidad de no encontrar a Nelson.
Mediando la segunda semana de no verlo, comencé a compartir mis guardias frente al departamento, con la organización de toda esa vasta información. Los padres de Olsenn tambièn estaban garabateados.

“ Existe una romántica historia, que se ha conservado, de cómo Asa Haraldsen y Erling Olsenn se conocieron.
Erling pertenecía a una familia humilde de la zona portuaria de Oslo, a la tierna edad de trece años se habìa negado rotundamente a continuar sus estudios alegando que no era forma de tratar a un ser humano. Su decisión fuè inapelable y se propuso buscar un empleo que tuviera en cuenta sus aficiones. En la precaria situación económica que vivìan sus padres la desiciòn del imberbe Erling fuè un balde de agua congelada, un enorme cubo de hielo sobre sus cabezas, sin embargo no habìa forma de contradecir al pequeño, tenìa un fuerte carácter o acaso sus padres no tenìan carácter en absoluto.
Erling no encontraba trabajo, los pocos que habìa conseguido los habìa abandonado rápidamente, sin embargo uno de ellos, el que mantuvo por mas tiempo, le ayudò mucho a definir que tampoco estaba hecho para el trabajo, fueron cuatro horas decisivas en su vida.
Luego de estas experiencias, salìa temprano de la casa y pasaba el dìa en la calle, aunque le decia a sus padres que andaba en busca de trabajo. Le gustaba andar cerca de la costa, habìa comenzado a tomarle cierta afición a la vida submarina y esta a èl, para su asombro habìa descubierto que tenìa cierta afinidad con los peces.
De la noche a la mañana y sin proponérselo se habìa convertido en domador de sardinas, sus dotes eran asombrosas y la gente habìa comenzado a reparar en su espectáculo.
Erling comenzò a ganar algún dinero con el que podìa sustentarse y alivianar asì a sus padres. En algunos años nadie podìa decir que no conocía a Erling.
Asa tenìa otra ascendencia, vivìa en la zona residencial de Holmenkollen, su familia era adinerada y nunca habìa pasado vicisitud alguna, iba al mejor colegio de Oslo, pero sus padres no tenìan tiempo para ella. Asa se habìa convertido en una niña rodeada de grandes lujos pero muy poco afecto y mitigaba esta falencia con algunos actos de rebelión. Algunas veces al salir del colegio se iba a los barrios bajos y se mezclaba con la gente de la clase obrera.
Asa tenìa una afición que con el tiempo se habìa convertido en una necesidad, una verdadera pasion, adoraba lavar sus ropas en las aguas del mar. De esta forma solucionaba dos inconvenientes, en primer lugar daba rienda suelta a su pasión y se sentìa realizada como mujer y por otro lado evitaba las cuantiosas sumas de apresto. Se habìa preparado un pequeño set dònde llevaba un jabón espumoso y un quitamanchas casero, receta familiar que habìa desarrollado una bisabuela de nombre Vigdis.
Una tarde al salir de la escuela, como ya era costumbre, Asa emprendió el camino hacia los barrios bajos a orillas de las costa. Llegò al punto de su predilección y sacò su pequeño maletìn con los productos de limpieza y unas prendas que habìa llevado para la ocasión, - una pollera floreada y una polera haciendo juego - dispuso los elementos y comenzò a remojar las prendas en las agitadas aguas marinas.
Su placer era tan grande en esos momentos que no se percato del acto extraordinario que se estaba desarrollando a centímetros de sus ojos. Asa, luego de sumergir y frotar reiteradamente la polera, la dejò reposar en la salada agua mientras buscaba la pollera que habìa dejado a un costado. Tomo el quitamanchas casero y comenzò a tratar la prenda seca, distraida en estos menesteres no pudo observar que la polera continuaba moviéndose en una danza cautivante.
A unos cincuenta metros de donde se encontraba Asa, Erling con ademanes y silbidos, y porque no exclamaciones de un pùblico generoso, hacìa danzar a un sinnùmero de especies marinas, a esta altura ya no solo podìa controlar a las sardinas. Entre los integrantes del elenco, destacaban un atùn bastante obeso y una ballena azul, nunca se supo con certeza si esta ùltima fuè cautivada por los silbidos de Erling o simplemente habìa encayado por ahì, como es su costumbre. Lo cierto es que sus movimientos estaban cercanos a un shock elèctrico.
Cuando Asa volvió a enfocarse en el agua, su floreada polera se alejaba de la orilla y en una danza de mangas aleteantes comenzò a costear la playa hacia el oeste, Asa sin demora, aunque estupefacta tomò sus cosas y comenzò a seguir el curso de la danzante prenda. Su mirada habìa perdido la visión periférica y la polera era lo ùnico que entraba en su atención. Cuando quiso acordarse estaba corriendo, la velocidad de la confección era sorprendente.
Se asustò, pensò que la perdería. Vio peces que seguían a la perfección una extraña coreografìa al compàs de un todavìa mas extraño silbido y chocò contra un objeto macizo. Asa y Erling quedaron abrazados, casi trabados, se miraron a los ojos y en ese preciso instante lo comprendieron, estaban hechos el uno para el otro. Sin perder el tiempo, el obeso Atùn se colocò una tùnica y llevo a cabo la ceremonia, Asa y Erling eran un matrimonio, la polera y la ballena azul fueron los testigos y la conmocionada masa de espectadores soltò una ovación que Erling nunca olvidarìa.”
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jueves, 11 de enero de 2007

Los primeros pasos de Olsenn

A medida que pasaba el tiempo, mi idea acerca del carácter solitario de Olsenn iba haciendose mas fuerte. El constante seguimiento me daba pruebas irrefutables al respecto. En cada oportunidad que logrè seguir sus pasos, jamás lo habìa visto encontrarse con alguien que supusiera una relación en su vida. No obstante, nunca evitaba realacionarse con nadie hasta donde podìa observar.
Todo parecìa indicar que sus encuentros eran fortuitos y no habìa encontrado evidencia alguna de lo contrario. Mis suposiciones siempre me llevaban a las mismas preguntas.
¿Quièn era realmente Olsenn ?. ¿De dònde era ?. ¿Serìa criollo o habrìa llegado de alguna remota latitud?. De ser asì. ¿Que lo habìa motivado a llegarse hasta estas tierras ?.
Estas preguntas llevaban largo tiempo en mis pensamientos y mi curiosidad me habìa forzado a buscarles una respuesta. Tenìa en mi poder cierta información, que no me habìa sido en absoluto sencillo conseguir. A travès de exhaustivas consultas y encuentros fortuitos, tenìa un trazo aproximado de la procedencia del Catedràtico.

“Nelson Olsenn viò la luz un 28 de Noviembre de 1903 a las veintitrés horas y cuarenta y cinco minutos. Todavía existen fuertes discusiones en referencia al horario, ya que ver la luz en ese momento implicarìa un milagro. Nacido en Noruega, mas precisamente en su Ciudad Capital, Oslo. La Portuaria ciudad lo recibiò y lo acuno en sus primeros años de vida, aunque nadie se lo habia pedido.
Hijo del matrimonio de Erling Olsenn y Asa Haraldsen, Nelson demostrò dotes excepcionales desde pequeño. Lamentablemente nadie pudo precisar en que rama se hacìan evidentes.
Nelson no fuè hijo ùnico aunque fuè ùnico de todas formas.
Como el mayor de tres hermanos, tuvo que afrontar enormes responsabilidades desde pequeño. Sus hermanos fueron bautizados como Sunniva Olsenn y Halvard Olsenn. Actualmente residen en la ciudad de Bergen.
Sunniva, aunque no puedo asegurarlo, tenìa una belleza singular. En algunos casos las referencias parecen sugerir, que singularmente no presentaba belleza alguna. Era dos años menor que Nelson.
Halvard, bueno, de Halvard no se hacen demasiadas referencias. Excepto cuando las historias sugieren, que Nelson no tenìa la altura suficiente para alcanzar ciertos objetos. En esas situaciones Halvard, a pedido de su hermano, hacìa de banqueta humana. Halvard era tres años y medio menor que Nelson.
Los registros aseguran que, Olsenn en su infancia, habìa sentido la imperiosa necesidad, la obligación irrevocable tal vez, de adiestrar a sus hermanos para enfrentar la vida. El pequeño Nelson estaba convencido que, la ùnica forma de lograrlo, residìa en enfrentarlos a cualquier situación que pudiera sugerir un desafìo, e inspirara temor al mas osado mortal. Situaciones que en general debìa enfrentar èl.
Frente a la sorpresiva transferencia que el Frigorìfico Skrei decidiera para Erling. A medidados de 1905, la familia Olsenn se muda a la Ciudad de Mo. Con un Nelson de apenas un año y medio, sin saber realmente dònde iban y con Asa encinta.
Alli naciò Sunniva por supuesto, pero tambièn cuentan que Nelson conoció el amor ........”

No era demasiado, eran solo apuntes sueltos que habìa comenzado a elaborar. Todavìa quedaba mucho material por organizar de todos los datos obtenidos hasta el momento.
Ese dìa no habìa logrado encontrar a Olsenn. Habìa estado esperandolo, desde temprano, en un café al que nunca lo habìa visto entrar. El bar daba frente a su departamento.
Se habìa hecho muy tarde, ya el dìa destilaba sus últimos hilos de luz. Pague la cuenta y un poco apenado salì con la mirada fija en el suelo.
Habìa recorrido unos diez metros de vereda cuando sentì el impacto. En mi abstracción habìa chocado con un transeúnte.
Levante la vista para disculparme.
Era Olsenn!. El mismo Olsenn en persona estaba frente a mi, me quede mudo, no pude decir una palabra.
El Catedrático me mirò y sonriendo me dijo:

- No se sorprenda tanto mi amigo, nada en la vida es casual. Tendremos que pensar porque chocamos. Que tenga usted muy buenas noches.
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jueves, 28 de diciembre de 2006

El Catedràtico no viaja en subte

No siempre podìa estar tras los pasos de Olsenn. Aunque habìa logrado dar con su morada, se me hacìa relativamente difícil ubicarlo. En general lo conseguia en algún momento del dìa, pero no siempre era asì.
Cuando lo conocì, atravesaba yo un perìodo vacacional y tuve unos cuantos dìas para seguirlo sin descanso.
No era un hombre que siguiera rutinas especìficas y esto complicaba enormemente las cosas. Su vida transcurrìa en un total caos aparente.
Algunas veces salía muy temprano de la casa de departamentos y caminaba unas cuadras hasta un bar, de los que todavìa conservan humores del viejo Buenos Aires. Pedía un café con leche y medialunas y se dejaba estar ahí por unas horas. En otras ocasiones no se lo veía aparecer hasta entrada la tarde y otros días no se lo podìa ver en absoluto.
Habìa algo oscuro en Olsenn. Una especie de hàlito salvaje lo envolvía y no se molestaba en ocultarlo.
Recuerdo haberlo visto, varias veces, asustar a criaturas que lo cruzaban en el camino o pasaban frente a la ventana del café. Descomponiendo su rostro en un gesto espantoso, dejaba a las pequeñas almas con caras de pavura.
No era un hombre de mal trazo. Tenìa rasgos finos. Una nariz aguileña y ojos almendrados, medianos y escrutadores y sobre ellos unas cejas prominentes y tupidas. Labios delicados y rostro ovalado. Llevaba unas patillas que pasaban el largo de la quijada, el cabello era cano y largo, tal vez un poco por debajo de los hombros. Pero su aspecto general provocaba sino temor al menos respeto.
Esa mañana, Olsenn saliò de su departamento alrededor de las ocho, yo lo estaba esperando de camino al bar habitual, pero sorpresivamente tomo la dirección opuesta.
Tuve que apretar el paso para poder ponerme a una distancia considerable y no perderlo otra vez. Hacìa ya un tiempo que frecuentaba el barrio y las necesidades me habìan llevado a trabar relación, con algunos comerciantes de la zona. Mientras trataba de alcanzarlo una voz me paro en seco, era Florentino Barbosa.

- Que dice mi amigo, va a llevar algo hoy?
- Como andas Barbosa?
- Acà andamos, repartiendo desgracias ajenas, laburo ingrato, pero hay que laburar.
- Otro dìa charlamos, ando medio apurado.
- Siempre corriendo, te va a hacer mal.

Florentino Barbosa atendìa el puesto de diarios.
Estas situaciones suponìan siempre un alto riesgo y por esa razón tenìa que cuidarme de no andar demasiado cerca de Olsenn. Habìa ocurrido en algunas oportunidades, en que estos encuentron cobraban un tono de algarabía injustificada y llamaban su atención.
El paso de Nelson era vigoroso, parecìa estar de un humor exuberante.
Ni siquiera se detenìa en las esquinas salvo que tuviera un automóvil enfrente.
Adònde se dirigiera, lo hacìa con total seguridad y determinación.
Habìamos caminado alrededor de veinte cuadras cuando llegamos a la Estación Carlos Gardel.
Bajo las escaleras mientras metìa su mano en un bolsillo del pantalón. Sacò una pequeña armonica. Todavìa no habìa dejado las escaleras y llevando su armònica a la boca, comenzò a blusear sobre la base de “Before you acuse me”. Dejò la escalerà y se encaminò hacia la ventanilla. Se ubicò en el ùltimo lugar de la fila mas larga, mientras su armònica seguìa sonando y la distancia de la ventanilla disminuìa, cuando llegò su turno, diò un remate a su excelente improvisación y en tono serio le hablò a la señorita que vendìa los pasajes.

- Piènselo de este modo señorita, sin la alegrìa de la música, ¿que serìa de la alegrìa de la gente? Hoy alegrè su dìa y Usted puede alegrar el mìo. La gente, en general, se olvida de las antiguas civilizaciones. Lamentablemente hay mucho que aprender de ellas y una de las tantas cosas que debemos aprender, es a rendir tributo a la persona. Asì es que a cambio de mi mùsica le solicito un boleto.

La cajera lo dudò unos instantes, pero como saliendo o acaso entrando en un estado de trance, cortò un boleto y se lo extendió con una gran sonrisa. Olsenn quiso tomar su mano y ella se la extendió a travès de la pequeña ventana, haciendo una reverencia se la besò y siguió su camino.
A todo esto yo habìa sacado ya mi boleto en la caja contigua y para no levantar sospechas crucè el molinete para tomar el tren a Alem. Mientras esperaba que Olsenn atravezara el peaje. Me distraje leyendo un diario que me extendió un chico antes de cruzar, al tiempo que seguía de reojo los movimientos del Catedrático.
Para mi completo asombro no se dirigiò hacia la bajada de Alem, donde lo esperaba. Pero tampoco lo hizo hacia el tren con destino a Lacroze.
Olsenn se dirigiò hacia las escaleras que daban a la calle y desapareció de mi vista.
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miércoles, 27 de diciembre de 2006

La Florida Calle de Olsenn

Lo vi doblar en la esquina de Corrientes y Florida camino a Plaza San Martín, venìa siguiéndole el paso hacìa un rato. Se veìa muy tranquilo y relajado. Se detuvo en varias librerìas, caminando sin ningún apuro. Era un andar cansino. Vestìa un ambo gris jaspeado, una camisa salmón, corbata a cuadros rojos y negros y unos zapatos combinados en marròn y blanco. A la distancia daba la impresión de que iba a caerse en cualquier momento. Presentaba una dificultad cautivante al caminar o acaso iba practicando un paso de murga.
A esa altura me habìa acostumbrado a los intentos de los buenos samaritanos, que trataban de atajarlo cuando lo cruzaban en el camino. Pero aparentemente el, no queria darse por enterado.
En ese momento un muchacho, de unos veinte años, reacciono ante su desparejo vaivèn tratando de asirlo de los brazos. En respuesta recibio algunos insultos mientras una mano enérgica lo empujaba hacièndolo trastabillar.
No habìa pasado mucho tiempo de mi primer encuentro con Nelson Olsenn. En aquella oportunidad, no habìa notado el ritmo rimbombante en su caminar y esto me preocupaba. Me consideraba una persona muy observadora. Intente recordar aquel dìa, en la conferencia, pero no podìa encontrar ninguna anomalía en su andar. Comencé a dudar si en realidad estaba siguiendo a la persona correcta, mientras buscaba rememorar con exactitud los rasgos de su cara.
Efectivamente se trataba de la misma persona, no cabìan dudas al respecto, no era posible que hubiera dos hombres iguales en la misma latitud del planeta, pero aun menos probable era que tuvieran las mismas señas particulares y esa estètica tan propia.
Cuando sali de mi abstracciòn ya no pude verlo, habia estado caminando a no mas de siete o diez metros de èl. Pero èl ya no estaba, se lo habìa tragado el asfalto. Desaparecio por completo sin dejar rastro.
Mientras buscaba desesperadamente, mirando hacia cada punto cardinal sin ningún tipo de coordinación, pude distinguir una voz grave y enérgica que sin llegar al grito, se oìa por sobre el enloquecido trànsito de automóviles y peatones. Apurè el paso, acercandome al sitio donde la potente voz reverberaba. Mientras me iba acercando, reconocì el inconfundible timbre de Olsenn. Al parecer se habìa parapetado a la entrada de una amplia galeria buscando amplificar su voz.
A medida que el sonido se hacìa màs audible, comencé a encontrar gente agolpada, una pequeña congregación. En medio de ellos tropecé con unas hermosas rosas, era un puesto de flores que habìa quedado dentro del tumulto y me impedìa ver al locuaz personaje.
Después de dar algunos empujones, logrè avistar la escena. En el centro del semicirculo, bordeado por la pequeña muchedumbre, se econtraba Olsenn. Estaba erguido, con un aplomo fuera de lo comùn. Diò un giro sobre su talòn y en un gesto de excelsa gracilidad, inclinò su torso hasta dejar una de sus manos sobre el suelo. Curiosamente ya no se movía con dificultad, en su lugar estaba realizando algo que era completamente imposible para un hombre de su edad y ascendencia. Nelson Olsenn se encontraba apoyado sobre una de sus manos, mientras, con la otra sujetaba un palillo con el que hacìa girar un plato. En cada pierna, sostenìa una pelota de tenis que hacìa viajar de un pie al otro, al tiempo que la otra, realizaba un viaje semieliptico en el aire hasta caer en la suela siguiente. Todo esto ocurria simultaneamente, pero eso no era todo, sin acusar fatiga alguna en la voz y con fuerza y claridad, recitaba en sucesiòn y con las pausas necesarias “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”.
A un costado del escenario improvisado, un cartón de unos setenta centímetros de altura, escrito a mano, rezaba “Su colaboración no daña el espíritu, al menos con seguridad no el mìo”.
Mucho tiempo despuès, supe que Nelson Olsenn estaba profundamente enamorado de la florista de aquella esquina.
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viernes, 22 de diciembre de 2006

El Catedràtico Nelson Olsenn

Inmerso en su discurso el diletante comenzó entonces a deshilvanar la obra que se le presentaba a la audiencia. Cada rasgo fue tratado con minuciosidad de laboratorio. En el momento crucial de su exposiciòn, cuando comenzaba a sopesar el verdadero sentido de la obra, una voz interrumpió el hilo conductor de su sistema de interpretación.
Con tono confiado y la seguridad de quien domina la materia, se dejó escuchar la formulación adusta. Que a las claras pertenecía a una eminencia.

- Acaso no sabe Ud. que para comprender una obra de arte es conveniente consultar con el artista?

El interrogado, en un gesto claro de perplejidad contestó.

- Ah .... !!!!!!

Ah, por toda respuesta le sonó bastante llamativo al inquisidor y pensó que dejaba una vaguedad enorme ante el enigma presente. Contra todo pronóstico desempolvó lo siguiente.

- De acuerdo con la lógica zapoteca, semiològicamente hablando, la expresión “ah....”, claramente esta representando asombro o simplemente desinterés, abulia, sic, esto es, textuales palabras, no obstante, dentro de la cultura Zapoteca la doble acepción de la expresión “ah.....” es común, aunque solo hasta que deja de serlo. Debido a este doble sentido dado a la misma forma literaria y teniendo en cuenta que los zapotecas eran gente muy seria, su uso fue discontinuado.
Se sabe con suma claridad, debido a los rigurosos estudios realizados sobre este pueblo, no este sino el de los Zapotecas, que su civilización se hallaba completamente segura de conocer todo, hasta que daban con algo desconocido.
De este modo y no de otro fue como llegó hasta nuestros tiempos su inconmensurable conocimiento, lleno de certezas envueltas en dudas.

El conferenciante y su gesto atónito ante la desenvoltura del caballero de la tercera fila, no dejaron dudas con respecto a su sentir. Una tonalidad de un rojo casi púrpura subiò por su rostro hasta cubrirlo por completo. Lentamente y con paso de quien se encuentra descubierto en un ilícito, desapareció del salón dejando el podio vacío.
Mientras esto ocurría el sujeto que había batido en pocas palabras el laborioso y tenaz estudio realizado por Henry La tour, que se retiraba lentamente, se levantó de su asiento y comenzó a caminar por el pasillo hacia las escalinatas que conducían al basamento.

- Muy buenas noches damas y caballeros, mi nombre es Nelson Olsenn .......

El Catedrático Nelson Olsenn, antropólogo e historiador de origen Oslico, dio a conocer entonces su intima teoría intergaláctica conocida como el tetraedro quántico, donde enumeraba unas seis veces las mismas premisas, aunque sin llegar nunca a una conclusión. Su estudio como es sabido se basaba en la cultura Zapoteca y de allí su afición a dar grandes saltos y cambiar pareceres repetidos.
Asi fuè como conocì a esta insigne y porque no ignota personalidad. Incondicionalmente a partir de aquel dìa me he convertido, sin siquiera darselo a conocer, en su biògrafo. Sabràn ustedes perdonar el mal uso del lenguaje, en el mejor de los casos, pero no he tenido el tiempo ni el talento suficiente para buscar un corrector. A partir de ahora y en adelante, se sentaràn ustedes frente a la impactante figura de, EL CATEDRÀTICO NELSON OLSENN.
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