viernes, 16 de febrero de 2007

Càtedra de pedagogìa

Otra vez me había quedado dormido. Algunas veces las guardias, en espera de que Olsenn aparezca, eran interminables. El reloj marcaba las seis y diez. El dia, ya anunciado con los gorjeos de unos zorzales desvelados y una furgoneta de Clarín que abastecia los puestos del barrio, amenazaba con altas temperaturas. En el sobresalto lo que me quedaba del café, cayò con precisiòn sobre el pantalón de lino, justo entre mis piernas. El pantalón era negro y el café ya estaba frìo, no le dì demasiada importancia. Mirè mi reloj y me inquietè un poco, habìa perdido de vista la casa de departamentos por casi una hora. Olsenn podría haberse ido en ese tiempo. Instantáneamente el café derramado y el tiempo perdido se encontraron y a viva voz me insulté. Todavía un poco adormecido, pude ver como el concurrido bar se me quedaba mirando. Me acomodé el cabello, como si nada hubiera ocurrido, mojé mi cara con el agua que acompañaba el café y una servilleta de papel absorbió el sobrante. Cuando retiré el papel de mi rostro vi a Olsenn saliendo de su edificio. Dejé un billete de diez en la mesa y salí en persecución.
Llevaba cerca de dos años siguiéndolo y la idea de hacerme visible me venia tentando. El ritmo al que me sometía el seguirlo, de modo encubierto y sigiloso, estaba dañando seriamente mi salud. Apenas dormía, mi vida social habìa desaparecido y el trabajo lentamente se estaba haciendo eco de la situación. Sin embargo no hallaba la forma de llevar a cabo el encuentro. A pesar del tiempo que habìa pasado, no podía descubrir aún en que forma Olsenn se ganaba la vida. Sabia que era antropólogo, pero no estaba en actividad, jamás lo vi cerca de un ámbito académico. Tampoco estaba seguro de que hubiera ejercido alguna vez en Buenos Aires. Lo habìa visto realizar actos extraordinarios y extravagantes, pero jamás por dinero. Decidí buscar antecedentes de Olsenn en las Universidades y Colegios secundarios, tal vez pudiera encontrar algún dato que me permitiera presentarme.
Nelson llevaba puesta una bermuda caqui, una camisa de bambula blanca y mangas cortas, sandalias de cuero marrón, anteojos negros y un sombrero Panamá. Caminaba con paso vigoroso y resolución, no me sorprendió, estaba acostumbrado a sus cambios abruptos.
Su paso seguía siendo fluido a pesar del calor, la ciudad hervía en hedores. El verano tiene esas cosas en las grandes ciudades. Olsenn alternaba entre quitarse el sombrero cuando cruzaba una señorita y doblar las alas hacia abajo, al tiempo que desfiguraba el rostro, cuando se cruzaba algún niño. Las damas sonreían y los niños o corrían o se abrazaban fuerte a su madre.
De pronto y sin preámbulo se quedó clavado en el lugar. Yo que venía despertándome todavía, estuve a punto de llevármelo puesto. Pero mis reflejos despertaron, enseguida me agache e hice de cuenta que me ataba los cordones. Mientras, distraídamente, buscaba el motivo de su abrupta frenada. En la vereda de enfrente una señora, joven, de unos treinta años, discutía a viva voz con un chico de unos cuatro o cinco años, aparentemente se trataba de su hijo.

- ¿A ver?. En que idioma te lo tengo que decir Lautaro ?!!. Vos no entendès que no se puede correr así por la vereda?!!. Y mucho menos levantar cosas del piso, después te chupas un dedo. ¿Y?. ¿No ves que por acá pasan los coches a toda velocidad?. ¿Y si te caes a la calle?

A pesar del acalorado discurso de la madre, el chico continuaba corriendo, dando vueltas a su alrededor e imitando un sonido semejante a una sirena.
Olsenn cruzó la calle y yo tras él. Se acerco a la señora en el momento en que su cólera trepaba hasta los limites de la cordura. La alejó un poco del pequeño y conversó con ella a solas.

- Estimada señorita, veo que tiene un gran problema aquí. Pero como dijo alguien alguna vez, ningún problema existe que no tenga solución. Si usted está dispuesta, yo puedo solucionar este problema.
- ¿Y usted quién es?
- Mi nombre es Nelson Olsenn, pero eso no tiene importancia ahora. ¿Està dispuesta a solucionar este inconveniente?
- Bueno mire, no sé, este chico es imposible. Sinceramente me agota, me lleva a situaciones en las que pienso la forma de asesinarlo. Je, je, no es verdad, pero bueno, usted me entiende.
- Entiendo, bueno, insisto una vez más. ¿Quiere darle solución a este problema?
- Y si, claro que quiero darle solución. ¿Pero que puede hacer usted? .
- Bueno en realidad me encantaría poder hacerlo yo mismo, pero no va a ser posible, de modo que tendrá que hacerlo alguien más.

Nelson continuo hablando con la mujer por unos minutos mas y luego se retiró. Lo seguí. A unas cuadras de donde estábamos habìa una zona de casas tomadas, un lugar realmente lóbrego, hacia allí se dirigió el catedrático. Entro en uno de los Edificios, lo espere afuera. Al cabo de unos diez minutos lo vi salir junto a un hombre atemorizante. El lumpen llevaba una barba despareja, tenía quemaduras en el rostro y un ojo cerrado y supurante. Su estatura era cercana a los dos metros y era robusto y pesado. Estaba vestido con ropas sucias y viejas y èl mismo tenía esa condición. Al verlo sentí un poco de temor.
Caminaron juntos hasta el lugar en donde Olsenn habìa tenido la charla con la sufriente madre. Se detuvieron a unos quince metros, detràs de un àrbol, y vi a Olsenn gesticular y darle una serie de indicaciones al sujeto. Al terminar Olsenn saco unos billetes de su bolsillo y se los dio al cuasimodo.
La señora se habìa quedado por allí y el niño seguía en la misma tesitura. El corpulento y temible personaje caminò hasta el sitio y cuando el chico se alejó corriendo a unos cuantos metros de la madre, lo tomo de los costados, lo levanto y lo puso frente a su rostro. El pequeño se quedó petrificado. Al ver que el chico no respondía, el hombre comenzó a sacudirlo y gritarle en forma obscena :

- ¿Asi que te gusta correr, pendejo? . ¿Te gusta romper las pelotas? . ¿Sabes lo que le hago yo a los pendejos como vos? .

Antes que pudiera contarle lo que les hacia, la madre llego al rescate.
Con voz firme, la mujer ordenó a Cuasimodo que dejara a la criatura en el piso. La bestia inmediatamente obedeció y puso su mejor gesto de disculpas, aunque no le salió demasiado creíble. La madre reprendió severamente al vago y lo humilló dándole un carterazo, luego pisando fuerte y con un ademán lo hizo retirarse. El impactante monstruo se fue casi corriendo.

Olsenn, volvió a acercarse a la mujer y le dijo.

- Tengo su teléfono. En unos meses hablamos.

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jueves, 8 de febrero de 2007

Unas cañas por Olsenn

Esa noche tuve la sensación de que Olsenn no demoraría en aparecer, pero el verdadero sentimiento era que no lo habìa perdido.
El tiempo que pase sin verlo fue de gran utilidad y aunque no lo había pensado en el ajetreo, lo estaba necesitando.
Con su ausencia logre ordenar una buena cantidad de los papeles sueltos, que cubrìan desde la infancia hasta la adolescencia y ayudaron a configurar un poco mas, los rasgos de un Olsenn que iba ganando personalidad con el tiempo.
Tal vez una de las charlas furtivas que arrojó los datos mas curiosos, ocurrió en una vieja pulpería, una de las pocas que todavía quedan en pie.

Como había sucedido en otras oportunidades, esa mañana el catedrático salió temprano. Lo seguí hasta un bar y lo esperé hasta que hubo terminado su café con leche y medialunas. Entre tanto yo bebía la misma colación. Dejò el dinero sobre la mesa e inmediatamente salió silbando bajito y con paso de baile.
A las pocas cuadras, sin ningún pudor se quedo viendo el escote de una pulposa adolescente que rondaba los veinte años. La voluptuosa dama, se dio cuenta del profundo examen que Olsenn le estaba realizando. Se sonrojó y apuró el paso, sin embargo dejó ver una sonrisa de satisfacción.
Aproveché el buen humor y la timidez de la mujer en ciernes y la miré sonriendo. Mientras meneaba mi cabeza, en gesto de desaprobación hacia la actitud del anciano. Su sonrisa còmplice y de satisfacciòn se descompuso en un instante y su mirada se tornó desafiante. Al pasar a mi lado me gritó: Estúpido!!!.
No era la primera vez que apreciaba la facilidad que tenia Nelson para interesar a las mujeres, por supuesto esto me producía una envidia considerable. Olsenn era un hombre mayor, ya había superado los setenta, pero aparentemente las mujeres no lo notaban o acaso no les importaba.

Llevábamos caminadas unas treinta y cinco o cuarenta cuadras cuando el catedrático fue tragado por una pared. Mi sorpresa fue grande cuando al acercarme, descubrí que había entrado en una casa de alquiler de automotores. Al cabo de unos veinte minutos, vi salir a Olsenn al volante de un Chevrolet S10 coupe. Afortunadamente conducía despacio y pude parar un taxi antes que se alejara.
Cuando dejamos la ciudad, Olsenn piso el acelerador y creí que lo volvía a perder, sospeche que tal vez, solo tal vez, sabia que alguien lo seguía.

El viaje se hizo considerablemente mas largo de lo esperado. Termino en la pulpería “Don Gervasio”, al sur de la provincia de Buenos Aires y a doscientos noventa kilómetros de la Capital.
En mi vida pagué tanto dinero por un viaje en taxi!. Pero estoy agradecido con el chofer, no se amedrento al ver que dejábamos la Capital para tomar la ruta, su única preocupación, fue que no tuviéramos un termo y un mate.

La pulpería se encontraba en un páramo desolado y era atendida por un tal Ceferino Perdriel. Por supuesto Ceferino no me conoció hasta que Olsenn dejo el lugar.
Me vì obligado a pasar la noche allì, en esos solitarios andurriales, ya que después de trasponer la entrada Olsenn no volvió a aparecer.
Al rato de estar parado en medio de la nada, logrè atajar a unos lugareños que pasaban y los interrogue acerca de algún hospedaje en la zona. Con desgano me hablaron de una posada dentro de un casco de estancia, no muy lejos de ahí.
Ya la noche hambrienta había devorado todo destello de luz, con frío y un poco desorientado me encaminé hasta el lugar sugerido.
A la mañana siguiente, despuès de pagar por el peor catre salvaje, corrí hacia la pulpería. El automóvil de Olsenn ya no estaba, maldije la situación. Si hubiera esperado un poco mas. Era inútil lamentarse.
De pronto algo en mi se aclaró, no todo estaba perdido. Acaso el pulpero, fuera la única fuente directa para conocer mas acerca de Nelson Olsenn.
Entre a la pulpería, me acerque al estaño y pedí una caña. Me puse a conversar con don Ceferino, el hombre parecìa salido del Martìn Fierro. Tuve que inventar una historia para soltarle la lengua.
Le dije que había nacido en Noruega y que había llegado hasta estas tierras a los diez años, que había pasado la mayor parte de mi vida en este suelo, pero que a pesar de todo no lo conocía en absoluto, le comente que finalmente había decidido emprender este viaje y que su pulpería era el primer punto de mi recorrido.
Cuando hable de Noruega se mostrò interesado. Me dijo al pasar que tenía un buen amigo de esas latitudes y que curiosamente el dìa anterior había estado por ahí.
La artimaña había dado resultado. Lentamente, entre cuentos costumbristas y anécdotas personales, comenzaron a mezclarse las referencias al Catedrático. Así, entre caña y caña, las historias acerca de Olsenn empezaron a aparecer.

“Corría el año mil novecientos veinte y Nelson corría tràs el. Ya no tan pequeño, Olsenn contaba 15 años, además de canicas, revistas con mujeres acaloradas y algún dinero que conseguía de tanto en tanto.
El mundo festejaba el tratado de Versalles que daba término a la Primera Guerra Mundial. Sigmund Freud publicaba sus “Ensayos de psicoanálisis” aunque todavìa le faltaba un poco de pràctica. Luigi Pirandello “Seis personajes en busca de autor”, mientras hacìa las valijas y se escapaba. Nacían Fellini, Charlie Parker, Sordi, Ray Bradbury y Chabuca Granda.

A finales de ese año en los Estados Unidos se inauguraba el sufragio femenino y la Argentina realizaba la primera transmisión radial del mundo.

Entre tanto, allí mismo, donde Sunniva nació, en la pequeña ciudad de Mo, Olsenn fue embelesado por un sentimiento profundo, un sentimiento del que no podía hablar aún, tal vez porque tenía la boca llena de Skrei, tal vez porque aún no encontraba las palabras.
Nelson tenía una gran afinidad con sus hermanos, especialmente con Sunniva, excepto cuando esta se burlaba frente a sus amigas, de sus largas y reiteradas estadías en el baño con esas revistas chanchas. Esas eran sus palabras.
Nelson, sin perder la compostura, explicaba a la carcajeante audiencia que esas revistas tenían un fin ulterior y no el estúpido y degradante propósito que su hermana quería darles.

- Eso sería comprensible en cualquier chico de mi edad. - decìa - Es cierto, pero yo no soy cualquier chico. Esas revistas me permiten estudiar, a través de la observación y la copia, la anatomía humana. Por otro lado, no hay en toda la casa un lugar mas tranquilo que el baño.
Cuando me vean convertido en un Artista del lápiz, dejarán esas risas absurdas y las cambiarán por otras.
No siempre el argumento utilizado daba resultados, pero podemos apreciar al diletante en el que se convertiría.

De acuerdo a este episodio podríamos suponer que Olsenn era una persona muy centrada en su adolescencia y no estarìamos incurriendo en un error. Sin embargo, cuando encontraba a Sunniva sola luego de estos acontecimientos, delicadamente la tomaba de los cabellos y arrastrándola se llegaba hasta la orilla del mar. Allì la remojaba, luego la frotaba contra una piedra y la colgaba, cabeza abajo, en la casilla de los bañeros. Finalmente y una vez que se encontraba seca, se la vendía a los viejos pescadores, que ya no podìan distinguir entre descamar un pez en la cocina y una cena en el Hilton Palace, como carnada.
La realidad era que, en aquellos momentos, Nelson no quería estar en malas relaciones con Sunniva. No porque la quisiera, sino porque la necesitaba. Olsenn no podía dejar de pensar en una de sus amigas.
Odina había generado en Olsenn una sensación muchas veces percibida anteriormente, pero nunca hacia alguien tan cercano y tangible.
Por todos los medios trató de convencer a Sunniva. Ella debìa interceder por el y contarle a Odina su virtuosismo y hombría de bien. Inclusive llego a prometerle, que no untaría mas su cepillo de dientes con betún incoloro. Pero Sunniva se encontraba muy ofendida y no dio el brazo a torcer. Nelson halló el modo y se lo torció de todas formas.
Luego de esto el proyectado Catedrático se arrepintió enormemente de no haberla ensobrado y enviado por correo a Nueva Guinea cuando tuvo la oportunidad. Mas tarde, se consolarìa pensando que había ahorrado un buen dinero.

Si bien existía una gran timidez en sus tiernos quince años, tambièn es cierto que no había alguien mas tozudo en toda la Ciudad de Mo.
Decidió conseguir a Odina a como diera lugar y pergeniò un plan para lograrlo. Aparentemente la idea se le presentó en un sueño, en el que un banco de arenques le detallaba el plan paso a paso, a cambio de que Olsenn no develara su ruta a los bacalaos.
El plan consistía en estudiar los movimientos de Odina y forzar un encuentro casual, allí estaría librado de la presión de su hermana y sus otras amigas y podría acercarse sin tanto pudor al objeto de su deseo.
Una tarde, mediando los preparativos del plan, tuvo que atender un recado de su madre. La comisiòn requería el traslado hacia el otro extremo de la ciudad. Se vistiò, salió de su casa y comenzó el viaje.
Cuando estaba llegando al sitio indicado, se detuvo en una esquina para volver a leer el papel que Asa le había escrito con la dirección exacta. En medio de la lectura, sintió que alguien le tocaba el hombro desde atrás. Al darse vuelta descubrió a Odina.

- Nelson!!, que extraño verte por acá.
Nelson estaba temblando, no esperaba que su plan comenzara sin su consentimiento.
- Ehhh,....ejem, Odina !!! Si, es extraño verme por acá, en realidad es extraño verme. Es decir, en casa no usamos espejos.
- Mmmm.... . Querès que te ayude?, me pareció que estabas buscando algo.
- Bueno si, busco algo, pero no en este momento, ehhh,...mmm, quiero decir que no es momento. Puede esperar, no es nada urgente. Que hermosa!!!.........vista tiene esta esquina.
- ¿Porque no vamos a casa?, vivo a dos calles de acá. Esta haciendo un poco de frío.
- ¿En serio?, no me había dado cuenta, .....estaba a punto de sacarme el pulóver .....¿tu casa?, no, no vamos a molestar a doña Helga.
- Vamos, caminemos que hace frío.

Comenzaron a caminar y antes que Nelson pudiera decir una palabra, Odina lo hacìa pasar a su casa.
Una vez dentro, a Nelson le faltaban poros para sudar lo que el cuerpo le pedía. Ella lo hizo sentarse en un sofá y desapareció detrás de una puerta. Al rato la puerta se abrió y Odina reapareció completamente desnuda, en sus manos llevaba un làpiz y un cuaderno oficio.
Nelson sufrió una taquicardia y perdió repentinamente el conocimiento.
Cuando recobro la lucidez, se encontrò desnudo sobre una gran cama mientras Odina, sentada sobre èl, se contoneaba al grito de: Arre, arre caballito!!.
La primera experiencia de Nelson en el amor fue cuasi una violación. Nelson petendìa conocer como se sentìan los labios de Odina, tomar su mano, abrazarla. Sin embargo, despuès del acontecimiento, costò varias semanas borrarle esa estùpida sonrisa.”
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viernes, 2 de febrero de 2007

Antes de Nelson Olsenn

Habìan pasado varias semanas desde mi ultimo encuentro con Nelson, era poco probable que algo asì ocurriera, sin embargo no podìa ser tan estúpido como para engañarme, llevaba exactamente veintitrés dìas de no dar con Olsenn.
Pasados los primeros dìas mi desconsuelo fuè creciendo y creì haber perdido su rastro definitivamente. Habìa imaginado que tal vez, conociendo su espíritu libre, hubiera decidido partir hacia cualquier otro punto de la ciudad, del paìs o del mismo globo, no habìa forma de saberlo. Si bièn yo habìa entrado en contacto con varias personas de su entorno, nunca habìa develado mi verdadero interés y no era prudente comenzar a levantar sospechas con preguntas inadecuadas.
Me enfrente entonces a la penosa idea de haber perdido al fantástico Nelson Olsenn, todo mi trabajo hasta el momento se viò repentinamente empañado, desarticulado y estéril. No tenìa consuelo.
Estaba tan abstraido en la ausencia de su persona que habìa olvidado todas las notas que esperaban ser ordenadas. De un modo sutil, el recuerdo se hizo presente. Con gran esfuerzo y con sumo cuidado, al menos creo que asì fuè, habìa conseguido una cuantiosa información del paso de Olsenn sobre la tierra. Las notas sin embargo se encontraban mezcladas, fraccionadas, sin ningún orden cronològico. La mayorìa de los datos me habìan sido suministrados de una forma anecdótica y los saltos de espacio y tiempo eran abismales.
Ya habìa dado comienzo a su organizaciòn, pero solo habìa sido una mirada somera. Al recordar el trabajo que aguardaba sentì reconfortarme lentamente, fuè un verdadero aliciente ante la realidad de no encontrar a Nelson.
Mediando la segunda semana de no verlo, comencé a compartir mis guardias frente al departamento, con la organización de toda esa vasta información. Los padres de Olsenn tambièn estaban garabateados.

“ Existe una romántica historia, que se ha conservado, de cómo Asa Haraldsen y Erling Olsenn se conocieron.
Erling pertenecía a una familia humilde de la zona portuaria de Oslo, a la tierna edad de trece años se habìa negado rotundamente a continuar sus estudios alegando que no era forma de tratar a un ser humano. Su decisión fuè inapelable y se propuso buscar un empleo que tuviera en cuenta sus aficiones. En la precaria situación económica que vivìan sus padres la desiciòn del imberbe Erling fuè un balde de agua congelada, un enorme cubo de hielo sobre sus cabezas, sin embargo no habìa forma de contradecir al pequeño, tenìa un fuerte carácter o acaso sus padres no tenìan carácter en absoluto.
Erling no encontraba trabajo, los pocos que habìa conseguido los habìa abandonado rápidamente, sin embargo uno de ellos, el que mantuvo por mas tiempo, le ayudò mucho a definir que tampoco estaba hecho para el trabajo, fueron cuatro horas decisivas en su vida.
Luego de estas experiencias, salìa temprano de la casa y pasaba el dìa en la calle, aunque le decia a sus padres que andaba en busca de trabajo. Le gustaba andar cerca de la costa, habìa comenzado a tomarle cierta afición a la vida submarina y esta a èl, para su asombro habìa descubierto que tenìa cierta afinidad con los peces.
De la noche a la mañana y sin proponérselo se habìa convertido en domador de sardinas, sus dotes eran asombrosas y la gente habìa comenzado a reparar en su espectáculo.
Erling comenzò a ganar algún dinero con el que podìa sustentarse y alivianar asì a sus padres. En algunos años nadie podìa decir que no conocía a Erling.
Asa tenìa otra ascendencia, vivìa en la zona residencial de Holmenkollen, su familia era adinerada y nunca habìa pasado vicisitud alguna, iba al mejor colegio de Oslo, pero sus padres no tenìan tiempo para ella. Asa se habìa convertido en una niña rodeada de grandes lujos pero muy poco afecto y mitigaba esta falencia con algunos actos de rebelión. Algunas veces al salir del colegio se iba a los barrios bajos y se mezclaba con la gente de la clase obrera.
Asa tenìa una afición que con el tiempo se habìa convertido en una necesidad, una verdadera pasion, adoraba lavar sus ropas en las aguas del mar. De esta forma solucionaba dos inconvenientes, en primer lugar daba rienda suelta a su pasión y se sentìa realizada como mujer y por otro lado evitaba las cuantiosas sumas de apresto. Se habìa preparado un pequeño set dònde llevaba un jabón espumoso y un quitamanchas casero, receta familiar que habìa desarrollado una bisabuela de nombre Vigdis.
Una tarde al salir de la escuela, como ya era costumbre, Asa emprendió el camino hacia los barrios bajos a orillas de las costa. Llegò al punto de su predilección y sacò su pequeño maletìn con los productos de limpieza y unas prendas que habìa llevado para la ocasión, - una pollera floreada y una polera haciendo juego - dispuso los elementos y comenzò a remojar las prendas en las agitadas aguas marinas.
Su placer era tan grande en esos momentos que no se percato del acto extraordinario que se estaba desarrollando a centímetros de sus ojos. Asa, luego de sumergir y frotar reiteradamente la polera, la dejò reposar en la salada agua mientras buscaba la pollera que habìa dejado a un costado. Tomo el quitamanchas casero y comenzò a tratar la prenda seca, distraida en estos menesteres no pudo observar que la polera continuaba moviéndose en una danza cautivante.
A unos cincuenta metros de donde se encontraba Asa, Erling con ademanes y silbidos, y porque no exclamaciones de un pùblico generoso, hacìa danzar a un sinnùmero de especies marinas, a esta altura ya no solo podìa controlar a las sardinas. Entre los integrantes del elenco, destacaban un atùn bastante obeso y una ballena azul, nunca se supo con certeza si esta ùltima fuè cautivada por los silbidos de Erling o simplemente habìa encayado por ahì, como es su costumbre. Lo cierto es que sus movimientos estaban cercanos a un shock elèctrico.
Cuando Asa volvió a enfocarse en el agua, su floreada polera se alejaba de la orilla y en una danza de mangas aleteantes comenzò a costear la playa hacia el oeste, Asa sin demora, aunque estupefacta tomò sus cosas y comenzò a seguir el curso de la danzante prenda. Su mirada habìa perdido la visión periférica y la polera era lo ùnico que entraba en su atención. Cuando quiso acordarse estaba corriendo, la velocidad de la confección era sorprendente.
Se asustò, pensò que la perdería. Vio peces que seguían a la perfección una extraña coreografìa al compàs de un todavìa mas extraño silbido y chocò contra un objeto macizo. Asa y Erling quedaron abrazados, casi trabados, se miraron a los ojos y en ese preciso instante lo comprendieron, estaban hechos el uno para el otro. Sin perder el tiempo, el obeso Atùn se colocò una tùnica y llevo a cabo la ceremonia, Asa y Erling eran un matrimonio, la polera y la ballena azul fueron los testigos y la conmocionada masa de espectadores soltò una ovación que Erling nunca olvidarìa.”
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