A las farsas y contra-farsas estaba yo bastante acostumbrado. La experiencia me había enseñado muchas cosas hasta el momento, sin embargo ante la presencia de Olsenn me encontraba sin ningún tipo de herramienta o reacción posible.
Sus actos escapaban a todo lo que podía esperar de una persona y ese era tal vez el motivo principal de mi interés.
En lo que llevaba de vida, había atravesado por diferentes experiencias y búsquedas. Principalmente me intrigaban las disciplinas esotéricas a las que había investigado desde que tuve uso de razón. Su investigación me llevó a conocer personalidades tan diversas como gurúes, iluminados y maestros de lo espiritual, lo sobrenatural, lo oculto y lo que no se puede ocultar. A corto o largo plazo resultaba que siempre dos mas dos iban siendo cuatro y las caretas comenzaban a caerse. El paso del tiempo daba irremediablemente el verdadero cariz a las intenciones y todas, sin exceptos, devenían en decepciones. Los primeros engaños fueron muy difíciles de sobrellevar, pero pasado un tiempo, aunque siguieran concurriendo los desencuentros, - el arte de la estafa se desenvolvía muy bien en estas disciplinas - el estado de las cosas nunca llegaba a ser demoledor.
Olsenn en cambio, se movía de un modo muy diferente. Para empezar no había sido yo quién lo había buscado, sin duda su aparición en el contexto en que sucedió fue algo completamente inesperado. En segundo lugar, en ningún momento reparó en mí, ni intentó cruzar una palabra de modo de forzar una interacción que deviniera luego en relación. Su hallazgo atrapó mi atención de un modo que no tenía precedentes sin siquiera proponérselo.
Por último, Olsenn no sabía de mi existencia y en ningún momento se hizo necesario sospechar que su interés se sustentara en aspectos financieros.
De todo punto de vista el Catedrático resultaba una aparición, un hallazgo, el conglomerado de todo lo que había desistido encontrar.
A todas estas revelaciones se sumaba un hecho que aunque poco novedoso en este caso se convertía en tranquilizador.
A través de Olsenn había conocido algunas personas, personas que podían dormir sobre una pira encendida si de él se trataba, claramente esta situación no era una novedad y mi experiencia lo avalaba, sin embargo en una primera instancia sirvió para acompañar mi comodidad, ante su imagen me encontraba tan tranquilo como provinciano en horas de siesta.
A pesar de todo, esta plácida confianza no duró. Llegó un momento en el que comencé a sospechar un complot hacia mi persona.
Nunca me caractericé por ser un hombre confiado, en tal caso mi confianza ya había durado bastante y la suma de todas las comodidades comenzó a crepitar en la superficie. Pensé entonces que todos ellos, comandados por Olsenn, representaban un papel estratégicamente diseñado para hacerme cobrar confianza.
Resultaba que todas las personas que rodeaban a Olsenn, aunque circunstanciales, le tenían una adoración solo comparable a la de un líder religioso.
Como dije, en un principio esto había cimentado en mí una confianza abrumadora, pero a medida que pasaba el tiempo las cosas comenzaron a resultar extrañas y se sustentaban en una singular situación. En cada uno de los casos, cuando logré acercarme a estas personas, recibí un trato extremadamente cordial, casi como si tuviéramos algo en común. Esta familiaridad tan pronunciada había logrado, al menos, despertar mi sospecha, - de un momento a otro sentí que de cazador me convertía en víctima - incluso me conocía bastante torpe en los ardides de la simulación, pero sin excepción todo el mundo parecía tragarse mi mal actuado personaje sin mostrar la mínima sospecha del desprolijo engaño.
Tal vez estaba siendo demasiado duro conmigo mismo, tal vez mis cualidades histriónicas superaban ampliamente la opinión que tenía de ellas, tal vez las personas que rodeaban a Olsenn eran familiares con cualquiera que se les cruzara. La realidad es que a partir de ese momento una pequeña incertidumbre se alojó en mí. Pero después de todo, ¿no estaba yo jugando el mismo papel?.
Ese sábado grandes chubascos cubrían el cielo, oscuras y amenazantes, las nubes sobrevolaban la ciudad.
La noche anterior había llegado límpida y fresca y salí con lo puesto en persecución, solo llevaba conmigo una mochila con mis notas y algunos bolígrafos, pero mientras despuntaba el alba recordé el lugar exacto dónde había quedado mi paraguas y me maldije por jugarle apuestas al servicio meteorológico. De madrugada el agua comenzó a caer como si una gran cuba que contuviera el caudal oceánico se derramara del cielo bendiciendo a la tierra.
Por alguna extraña razón, esa noche, tuve el presentimiento que encontraría a Olsenn y sin pensar demasiado en la veracidad del pálpito salí.
Fui directo a su casa de departamentos y no hice más que pisar la esquina de su cuadra y lo vi. salir con paso decidido. Si no hubiera estado buscándolo juro que no lo reconocía.
Llevaba puesto un traje hecho a medida de una tonalidad gris azulada, zapatos negros y una camisa en rosa salmón y sin corbata. Además del excelente gusto que lucía el atuendo, el catedrático parecía estar mas delgado, incluso se veía mas joven, como si apenas llegara a los cincuenta.
Sin perder el paso y usando un paraguas largo como bastón, se encaminó graciosamente hasta la esquina opuesta en la que yo estaba parado. Apuré el paso para quedar a una distancia que me permitiera seguirlo sin despertar sospechas. Anduvo algunas cuadras y paró un taxi, tuve suerte y conseguí uno justo detrás del que él tomó.
El camino fue corto, las calles que separaban su casa del destino no fueron más de treinta y pico. Bajó del auto y sin demasiadas atenciones al chofer cerró la puerta y se puso a andar.
Comencé a sospechar por su atuendo que se dirigía hacia un lugar en el que yo iba a desentonar, mi vestimenta estaba lejos de ser presentable y no tenía forma de cambiar esa realidad.
Su paso seguía siendo firme y juguetón, pero ahora llevaba su paraguas debajo del brazo, la mano se encontraba dentro del bolsillo del pantalón mientras la otra sostenía la empuñadura del utencillo impermeable.
La noche era fresca y primaveral, corría una suave brisa que refrescaba sin incomodar y el cielo estaba estampado de estrellas, Olsenn con su paraguas, a pesar de su elegancia, estaba fuera de lugar y sin embargo no se destacaba en el paisaje.
Se detuvo al llegar a la entrada de lo que parecía ser una milonga, cuando lo vi detenerse crucé y me quedé detrás de un árbol mirando la escena.
Los acordes en dos por cuatro se escapaban de aquel lugar como queriendo abarcar mas, como sabiéndose guapos para cruzar fronteras. No me imaginaba a Nelson bailando tangos o milongas, pero esa noche había comenzado extraña y su condición no parecía cambiar por más tiempo que pasara.
Encontrarlo tan fácilmente, que subiera a un taxi solo para recorrer unas pocas cuadras y ahora verlo parapetado en la puerta de “El esquinazo” - así rezaba el cartel que invitaba a entrar - no eran pocas señales.
Para mi tranquilidad Olsenn no traspuso la puerta de entrada, se quedó ahí parado como esperando a alguien. Pensé que la suerte estaba conmigo, finalmente conocería a alguien de su entorno directo.
Encontrarse con alguien de ese modo suponía una cita previa y esto a su vez cierta confianza entre las partes, aunque también existía la posibilidad de una cita previa a un primer encuentro.
A pesar de la hora, la cuadra estaba iluminada, esa noche la luna encandilaba, su brillo dejaba ver con claridad todo lo largo de la vereda.
Por la esquina opuesta a la que Olsenn y yo habíamos llegado vi acercarse con porte elegante y decidido a una joven mujer, a esa distancia no me era posible calcular su edad, pero a juzgar por su silueta y energía no parecía superar los treinta años. Al parecer Olsenn también la había visto, su postura cambió inmediatamente y su cabeza se quedó mirando en la dirección en que se aproximaba la dama. Ella en cambio, no delató en su andar síntoma alguno de haber visto alguien conocido o al menos esperado.
El catedrático quedó estático y en apariencia extático ante la fémina figura que se acercaba, no movió un solo músculo, parecía una efigie, no respiraba.
La mujer seguía avanzando despreocupadamente, era evidente que no había reparado en la presencia del solitario hombre, la distancia entre ambos se acortaba.
Cuando entre ambos mediaron unos quince o veinte metros, Olsenn tomó su paraguas y asiéndolo a modo de partenaire comenzó a danzar en plena vereda al ritmo de los apagados acordes de taquito militar que escapaban del edificio.
La sorpresa en la expresión agitada de la dama se hizo evidente, pero a continuación en su rostro se dibujó una sonrisa mientras su paso no cesaba en dirección el callejero bailarín.
El silencio, condición natural de las horas sin sol, no era la excepción aquella noche. Solo se oía la música asfixiada y el taconear parejo que hacía ondular la roja cabellera. Olsenn lentamente fue deteniendo sus pasos y con voz suave y gentil se dirigió al paraguas con estas palabras:
- Me va a tener que disculpar pero tengo esta pieza prometida.
Los acordes de una nueva melodía comenzaban a sonar.
Al tiempo que decía esto, dejó su paraguas colgado en el farol que iluminaba la entrada al salón y en un solo movimiento quedó enfrentado a la dama que ahora se ubicaba a solo tres pasos de distancia.
- ¿Madame, me permite esta pieza?
El rostro de la mujer, por un momento, fue solo perplejidad, pero al instante siguiente su risa brotó espontáneamente.
Simplemente dejó que él la tomara de la cintura y con su mano cubriera la suya. Su otra mano descansó en el hombro de Olsenn y comenzaron a bailar.
Mientras observaba la escena sencillamente no podía creer lo que ocurría en la vereda de enfrente, ella era joven y hermosa.
La música siguió sonando y esa primera pieza se convirtió en muchas mas, una tras otra las melodías se fueron sucediendo, las risas se multiplicaron y la intimidad entre ambos fue haciéndose cada vez mas pronunciada.
Ella se veía entregada y sus labios se encontraron. En el beso se detuvo el movimiento y los cuerpos se serenaron entregados por completo a esa única y placentera condición.
Cuando finalmente sus labios se separaron, Olsenn sin soltar su mano descolgó el paraguas, lo abrió y abrazándola lo colocó sobre sus cabezas. Una lluvia torrencial comenzó a caer y caminando juntos se perdieron.
La noche anterior había llegado límpida y fresca y salí con lo puesto en persecución, solo llevaba conmigo una mochila con mis notas y algunos bolígrafos, pero mientras despuntaba el alba recordé el lugar exacto dónde había quedado mi paraguas y me maldije por jugarle apuestas al servicio meteorológico. De madrugada el agua comenzó a caer como si una gran cuba que contuviera el caudal oceánico se derramara del cielo bendiciendo a la tierra.
Sus actos escapaban a todo lo que podía esperar de una persona y ese era tal vez el motivo principal de mi interés.
En lo que llevaba de vida, había atravesado por diferentes experiencias y búsquedas. Principalmente me intrigaban las disciplinas esotéricas a las que había investigado desde que tuve uso de razón. Su investigación me llevó a conocer personalidades tan diversas como gurúes, iluminados y maestros de lo espiritual, lo sobrenatural, lo oculto y lo que no se puede ocultar. A corto o largo plazo resultaba que siempre dos mas dos iban siendo cuatro y las caretas comenzaban a caerse. El paso del tiempo daba irremediablemente el verdadero cariz a las intenciones y todas, sin exceptos, devenían en decepciones. Los primeros engaños fueron muy difíciles de sobrellevar, pero pasado un tiempo, aunque siguieran concurriendo los desencuentros, - el arte de la estafa se desenvolvía muy bien en estas disciplinas - el estado de las cosas nunca llegaba a ser demoledor.
Olsenn en cambio, se movía de un modo muy diferente. Para empezar no había sido yo quién lo había buscado, sin duda su aparición en el contexto en que sucedió fue algo completamente inesperado. En segundo lugar, en ningún momento reparó en mí, ni intentó cruzar una palabra de modo de forzar una interacción que deviniera luego en relación. Su hallazgo atrapó mi atención de un modo que no tenía precedentes sin siquiera proponérselo.
Por último, Olsenn no sabía de mi existencia y en ningún momento se hizo necesario sospechar que su interés se sustentara en aspectos financieros.
De todo punto de vista el Catedrático resultaba una aparición, un hallazgo, el conglomerado de todo lo que había desistido encontrar.
A todas estas revelaciones se sumaba un hecho que aunque poco novedoso en este caso se convertía en tranquilizador.
A través de Olsenn había conocido algunas personas, personas que podían dormir sobre una pira encendida si de él se trataba, claramente esta situación no era una novedad y mi experiencia lo avalaba, sin embargo en una primera instancia sirvió para acompañar mi comodidad, ante su imagen me encontraba tan tranquilo como provinciano en horas de siesta.
A pesar de todo, esta plácida confianza no duró. Llegó un momento en el que comencé a sospechar un complot hacia mi persona.
Nunca me caractericé por ser un hombre confiado, en tal caso mi confianza ya había durado bastante y la suma de todas las comodidades comenzó a crepitar en la superficie. Pensé entonces que todos ellos, comandados por Olsenn, representaban un papel estratégicamente diseñado para hacerme cobrar confianza.
Resultaba que todas las personas que rodeaban a Olsenn, aunque circunstanciales, le tenían una adoración solo comparable a la de un líder religioso.
Como dije, en un principio esto había cimentado en mí una confianza abrumadora, pero a medida que pasaba el tiempo las cosas comenzaron a resultar extrañas y se sustentaban en una singular situación. En cada uno de los casos, cuando logré acercarme a estas personas, recibí un trato extremadamente cordial, casi como si tuviéramos algo en común. Esta familiaridad tan pronunciada había logrado, al menos, despertar mi sospecha, - de un momento a otro sentí que de cazador me convertía en víctima - incluso me conocía bastante torpe en los ardides de la simulación, pero sin excepción todo el mundo parecía tragarse mi mal actuado personaje sin mostrar la mínima sospecha del desprolijo engaño.
Tal vez estaba siendo demasiado duro conmigo mismo, tal vez mis cualidades histriónicas superaban ampliamente la opinión que tenía de ellas, tal vez las personas que rodeaban a Olsenn eran familiares con cualquiera que se les cruzara. La realidad es que a partir de ese momento una pequeña incertidumbre se alojó en mí. Pero después de todo, ¿no estaba yo jugando el mismo papel?.
Ese sábado grandes chubascos cubrían el cielo, oscuras y amenazantes, las nubes sobrevolaban la ciudad.
La noche anterior había llegado límpida y fresca y salí con lo puesto en persecución, solo llevaba conmigo una mochila con mis notas y algunos bolígrafos, pero mientras despuntaba el alba recordé el lugar exacto dónde había quedado mi paraguas y me maldije por jugarle apuestas al servicio meteorológico. De madrugada el agua comenzó a caer como si una gran cuba que contuviera el caudal oceánico se derramara del cielo bendiciendo a la tierra.
Por alguna extraña razón, esa noche, tuve el presentimiento que encontraría a Olsenn y sin pensar demasiado en la veracidad del pálpito salí.
Fui directo a su casa de departamentos y no hice más que pisar la esquina de su cuadra y lo vi. salir con paso decidido. Si no hubiera estado buscándolo juro que no lo reconocía.
Llevaba puesto un traje hecho a medida de una tonalidad gris azulada, zapatos negros y una camisa en rosa salmón y sin corbata. Además del excelente gusto que lucía el atuendo, el catedrático parecía estar mas delgado, incluso se veía mas joven, como si apenas llegara a los cincuenta.
Sin perder el paso y usando un paraguas largo como bastón, se encaminó graciosamente hasta la esquina opuesta en la que yo estaba parado. Apuré el paso para quedar a una distancia que me permitiera seguirlo sin despertar sospechas. Anduvo algunas cuadras y paró un taxi, tuve suerte y conseguí uno justo detrás del que él tomó.
El camino fue corto, las calles que separaban su casa del destino no fueron más de treinta y pico. Bajó del auto y sin demasiadas atenciones al chofer cerró la puerta y se puso a andar.
Comencé a sospechar por su atuendo que se dirigía hacia un lugar en el que yo iba a desentonar, mi vestimenta estaba lejos de ser presentable y no tenía forma de cambiar esa realidad.
Su paso seguía siendo firme y juguetón, pero ahora llevaba su paraguas debajo del brazo, la mano se encontraba dentro del bolsillo del pantalón mientras la otra sostenía la empuñadura del utencillo impermeable.
La noche era fresca y primaveral, corría una suave brisa que refrescaba sin incomodar y el cielo estaba estampado de estrellas, Olsenn con su paraguas, a pesar de su elegancia, estaba fuera de lugar y sin embargo no se destacaba en el paisaje.
Se detuvo al llegar a la entrada de lo que parecía ser una milonga, cuando lo vi detenerse crucé y me quedé detrás de un árbol mirando la escena.
Los acordes en dos por cuatro se escapaban de aquel lugar como queriendo abarcar mas, como sabiéndose guapos para cruzar fronteras. No me imaginaba a Nelson bailando tangos o milongas, pero esa noche había comenzado extraña y su condición no parecía cambiar por más tiempo que pasara.
Encontrarlo tan fácilmente, que subiera a un taxi solo para recorrer unas pocas cuadras y ahora verlo parapetado en la puerta de “El esquinazo” - así rezaba el cartel que invitaba a entrar - no eran pocas señales.
Para mi tranquilidad Olsenn no traspuso la puerta de entrada, se quedó ahí parado como esperando a alguien. Pensé que la suerte estaba conmigo, finalmente conocería a alguien de su entorno directo.
Encontrarse con alguien de ese modo suponía una cita previa y esto a su vez cierta confianza entre las partes, aunque también existía la posibilidad de una cita previa a un primer encuentro.
A pesar de la hora, la cuadra estaba iluminada, esa noche la luna encandilaba, su brillo dejaba ver con claridad todo lo largo de la vereda.
Por la esquina opuesta a la que Olsenn y yo habíamos llegado vi acercarse con porte elegante y decidido a una joven mujer, a esa distancia no me era posible calcular su edad, pero a juzgar por su silueta y energía no parecía superar los treinta años. Al parecer Olsenn también la había visto, su postura cambió inmediatamente y su cabeza se quedó mirando en la dirección en que se aproximaba la dama. Ella en cambio, no delató en su andar síntoma alguno de haber visto alguien conocido o al menos esperado.
El catedrático quedó estático y en apariencia extático ante la fémina figura que se acercaba, no movió un solo músculo, parecía una efigie, no respiraba.
La mujer seguía avanzando despreocupadamente, era evidente que no había reparado en la presencia del solitario hombre, la distancia entre ambos se acortaba.
Cuando entre ambos mediaron unos quince o veinte metros, Olsenn tomó su paraguas y asiéndolo a modo de partenaire comenzó a danzar en plena vereda al ritmo de los apagados acordes de taquito militar que escapaban del edificio.
La sorpresa en la expresión agitada de la dama se hizo evidente, pero a continuación en su rostro se dibujó una sonrisa mientras su paso no cesaba en dirección el callejero bailarín.
El silencio, condición natural de las horas sin sol, no era la excepción aquella noche. Solo se oía la música asfixiada y el taconear parejo que hacía ondular la roja cabellera. Olsenn lentamente fue deteniendo sus pasos y con voz suave y gentil se dirigió al paraguas con estas palabras:
- Me va a tener que disculpar pero tengo esta pieza prometida.
Los acordes de una nueva melodía comenzaban a sonar.
Al tiempo que decía esto, dejó su paraguas colgado en el farol que iluminaba la entrada al salón y en un solo movimiento quedó enfrentado a la dama que ahora se ubicaba a solo tres pasos de distancia.
- ¿Madame, me permite esta pieza?
El rostro de la mujer, por un momento, fue solo perplejidad, pero al instante siguiente su risa brotó espontáneamente.
Simplemente dejó que él la tomara de la cintura y con su mano cubriera la suya. Su otra mano descansó en el hombro de Olsenn y comenzaron a bailar.
Mientras observaba la escena sencillamente no podía creer lo que ocurría en la vereda de enfrente, ella era joven y hermosa.
La música siguió sonando y esa primera pieza se convirtió en muchas mas, una tras otra las melodías se fueron sucediendo, las risas se multiplicaron y la intimidad entre ambos fue haciéndose cada vez mas pronunciada.
Ella se veía entregada y sus labios se encontraron. En el beso se detuvo el movimiento y los cuerpos se serenaron entregados por completo a esa única y placentera condición.
Cuando finalmente sus labios se separaron, Olsenn sin soltar su mano descolgó el paraguas, lo abrió y abrazándola lo colocó sobre sus cabezas. Una lluvia torrencial comenzó a caer y caminando juntos se perdieron.
La noche anterior había llegado límpida y fresca y salí con lo puesto en persecución, solo llevaba conmigo una mochila con mis notas y algunos bolígrafos, pero mientras despuntaba el alba recordé el lugar exacto dónde había quedado mi paraguas y me maldije por jugarle apuestas al servicio meteorológico. De madrugada el agua comenzó a caer como si una gran cuba que contuviera el caudal oceánico se derramara del cielo bendiciendo a la tierra.